Navidad, Jesús y la literatura

Navidad, Jesús y la literatura

Leyendo la obra de ensayos: “La Decadencia de los Dragones”, subjetivo título del periodista colombiano Willian Ospina, premio Alfaguara por su novela Ursúa, encontramos un breve trabajo literario titulado: “El hombre que escribía sobre la tierra”. En éste relato, el escritor, con una extraordinaria capacidad de síntesis y destreza escritural nos deja conmovido y perplejos al esbozar el tema de Cristo en la historia de la literatura; enlazando su trayectoria desde una perspectiva histórica, viviente, terrenal; con su otra dimensión: la espiritual. Creo que es más que propicia la ocasión de la Navidad para compartir algunas reflexiones en torno al nacimiento del Mesías, su discurrir y presencia en todas las expresiones del Arte.

Sabemos que el judío es el pueblo de la Escritura. Cristo, sin embargo, representa al maestro que habla y enseña con el ejemplo. Solo una vez escribió unas palabras sobre la tierra. Sus predicas fueron recogidas de sus labios por sus seguidores o testimoniados por ellos. Con Cristo, dijo Wilde, “llegó una idea del perdón que puede mágicamente modificar el pasado”. El planteó la existencia de dos mundos, uno espiritual y otro temporal. Siendo Dios, Cristo habrá existido desde siempre, pero en su condición de humano nace de una madre, está sujeto a los azares y los rigores de la vida corporal, puede fatigarse y sufrir hambre , puede sudar y sufrir martirio.

“Se diría que no hay episodio de su vida que no halla sido repensado y reinventado por la literatura. Su concepción, revelada por un ángel, signo de la alianza entre lo humano y lo divino, y su nacimiento en el establo, signo de su humildad; la visita de los Reyes astrónomos de Oriente, promesa de su poder universal y la fuga oportuna que lo salvó de ser masacrado entre los inocentes, símbolo de su predestinación, su elocuencia infantil en el templo ante los doctores, emblema de su sabiduría, y su adolescencia recóndita de la que nada cuentan los libros sagrados, que relieva su condición misteriosa. Así como las innumerables vicisitudes de sus años maduros, donde hechos milagrosos como la multiplicación de panes y peces, el acto de caminar sobre las aguas se alternan con episodios naturales como seleccionar a sus discípulos, predicar filosóficamente, dar latigazos a los mercaderes, componer oraciones y enseñarlas a sus seguidores, entrar sobre el lomo de un asno en la gran ciudad, o celebrar un conmovido banquete de despedida”.

Señala Ospina

“Veinte siglos de su reinado sobre el sueño de la civilización occidental han visto también un esfuerzo continuo de los poetas y los narradores por hacer del personaje central de nuestra historia alguien siempre renovado y presente, que no pierde sentido y actualidad para los espíritus. Ello es posible porque Cristo es menos un personaje histórico que una figura mítica, y solo los destinos míticos permiten una inagotable elaboración estética”.

Los filósofos del siglo XVIII, Voltaire entre ellos, creían que para demoler el cristianismo bastaba refutar la existencia histórica de Cristo. Cristo, como buen Dios, se burla de ellos al demostrarles que los mitos sobreviven a todas las demostraciones históricas, a todas las refutaciones lógicas  a todos los argumentos racionales. La vigencia literaria de Cristo es buena prueba de su vigencia histórica. Por ejemplo, cuando Edmund Wilson escribe sobre Cristo y los esenios, lo hace para sugerir cosas que no caben en el orden mental de la Iglesia. También, desde una perspectiva no eclesiástica, Gustave Flaubert, reelaborando los hechos de Mateo, escribió su celebre relato “Herodías”. El tema de la Encarnación lo encontramos en Santo Toman de Aquino los cuales expresan menos filosofía o teología que ficción pura, o también en un texto moderno como el soneto de Borges sobre el primer versículo de Juan Evangelista.

Paul Valéry sostuvo que solo con Cristo vino a darse en la historia la identificación del Dios único con la idea del amor. Cristo trabajó la idea del amor, recogida plenamente por Dante Alighieri, cuya “Divina Comedia” está regida por la idea de una danza universal gobernada por el amor divino. Cristo renace en la literatura bajo la forma copiosa de relatos, novelas, poemas y dramas que reconstruyen las circunstancias de su existencia.

El siglo de Oro de la literatura española vio surgir variantes diversas del tema de Cristo, como los versos morales de Quevedo, o bien el hermoso soneto de Lope de Vega. El propio Don Quijote es un héroe que vive bajo la estrella de Cristo. Y a partir de entonces empiezan a multiplicarse nuevas y más perturbadoras imágenes de Cristo, desde los esplendores del “Paraíso perdido y recobrado”, de Milton. Chateubriand, en 1802 alaba el “El genio del Cristianismo”.  Luego, Alfred de Vigny testimonia en el “Monte de los Olivos”  la dignidad estoica de Jesucristo, y desde los románticos vuelve Cristo a cambiar de obras en obras.

A veces es el Cristo histórico, a veces solo una versión suya: el Jean Valjean de “Los Miserables” de Victor Hugo; el Nazareno de Pérez Galdós, el príncipe Michkime de “El idiota” de Dostoievski, y hasta Joe Chistmas, mulato de Jefferson, en “Luz de agosto de W. Faulkner”.  De igual manera forma parte de la literatura de nuestro siglo la obra de Robert Grave “El Rey Jesús”, así como “El poema heroico a Cristo resucitado” de Francisco Quevedo. Se valora, que el ejercicio más valioso de creación literaria respecto al tema de Cristo es el que aparece en los himnos de Hölderlin.

Este se considera el poeta mayor de los románticos alemanes; quién procuró no recrear, como tantos, sino reinterpretar el mito de Cristo, no a la luz de las iglesias sino a la luz de la historia de la civilización. La literatura moderna ha advertido muy bien que en el proceso de expansión de la figura de Cristo cada época e incluso cada región se ha procurado un Cristo afín a su propia fisonomía y a su propio espíritu.

En efecto, la Navidad se convirtió en una de las tradiciones más ricas. Pero aunque el cristianismo instauró su fiesta sobre la vieja ceremonia solar (celebración pagana del solsticio de invierno), ésta fue llenándose de sentido cristiano y se convirtió en la fiesta más emblemática de Occidente. Sin duda, una de las más bellas, porque proclama un doble espíritu de generosidad y de solidaridad inspirada en el ejemplo de Jesús de Nazaret como bien la representa Dickens en su relato: “Una Canción de Navidad” y el profesor Juan Bosch con su “Cuento de Navidad”;  respectivamente.

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