Alguien dijo que lo increíble es lo verdadero, significando que la realidad es más compleja y rica de formas y sustancias, que todas las cosas que podamos imaginar. Por ello saben algo a plagio las narraciones y filmes fantásticos con humanoides y monstruos, productos de mentes pretendidamente geniales. Si imaginamos ser visitantes venidos de otra galaxia, sentiríamos que esta realidad terrestre es increíblemente diversa y multiforme, mucho más imaginativa que esos autores curiosos (como les decimos en el Cibao, para hacerles sentir que su mérito nunca es demasiado).
De García Márquez, lo que más nos provocó sorpresa y entusiasmo por su Macondo, fue que nos hiciera conscientes de una hiperrealidad (¿) salvaje y brutal y una concepción mágica del mundo que siempre han sido el escenario de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, precisamente porque nadie escribía sobre esas cosas como ellas son o las vivenciamos, debido a que el sistema de creencias, formulas literarias y científicas comúnmente aceptadas, proscribían llamarlas por su nombre.
Pero me interesa aquí relevar tres hechos absurdos, ilógicos, fascinantes, maravillosos, totalmente increíbles, de nuestro diario ser y vivir; tres prodigios de la vida (la cual es ya cosa creíble porque es y esta ahí delante de nuestro ojos y narices).
Me refiero a la autoconsciencia, al libre albedrío y al amor.
Dios reprodujo en el hombre cualidades que él ya poseía, para así hacerlo su colega y acompañante de aventura.
Siendo objetivo y justo, no puedo menos que sentirme estupefacto de que una masa de carne y huesos, hecha, a su vez, de yuca y productos del suelo, pueda adquirir un estado de autoconsciencia, un darse cuenta de otros y de sí misma, de ser libre y ¡amar! Contrariamente a la ilusión que tienen muchos de ser libres, el llegar serlo es un proceso gradual, laborioso, difícil, que implica librarse de la dictadura de los instintos, de traumas y ambiciones; un producto elaboradísimo de disciplina y dominio propio. (Muchos creen que la libertad es la perpetua complacencia de su barriga y sus genitales).
Pero el mayor de los milagros que se pueden producir en el hombre (y la mujer, puesto que es absolutamente necesario incluir a ambos), es el amor. Solamente posible en libertad de espíritu. Ni la coacción ni el soborno, ni la ansiedad por sexo o consolación pueden producir amor. Es lo más excelso de la vida, es, dialécticamente, renuncia y realización, el mayor de todos los beneficios y dones que Dios nos diese y se diera a si mismo.
Tres milagros de supremo gozo. Jamás se los pierda.
Cultívelos, repártalos y disfrútelos. De eso se trata la Navidad de Cristo. especialmente en estos días navideños.