Navidad: ¿vida o muerte?

<p>Navidad: ¿vida o muerte?</p>

MARLENE LLUBERES
Diferentes emociones surgen en la vida de las personas en este tiempo en que se celebra la Navidad.

Muchos sienten alegría, otros, profunda tristeza, nostalgia y desesperanza, lo que convierte esta etapa del año en el período más oscuro de sus vidas.

La frustración de no lograr las metas trazadas, de no haber obtenido los bienes materiales deseados o el haber sufrido pérdidas de personas queridas, por muerte o por ruptura, provocan profundas amarguras las cuales, en esta época más que en otras, ejercen mayor control de nuestras emociones.

Somos dominados por los recuerdos, nos sentimos impotentes al comparar nuestras vidas con las de otros, perdemos toda confianza en el futuro y únicamente albergamos sentimientos de soledad y desesperación, se debilitan las fuerzas y un estado de melancolía nos embarga.

Mientras atravesamos el lamento y la inconformidad buscamos soluciones momentáneas que nos ayuden a evadir este estado, evocándonos a diferentes disfrutes mediante los cuales tratamos de evitar la soledad y los pensamientos que nos obligan a encontrarnos con nuestra realidad. Algunos se refugian en el alcohol o en las compras compulsivas, para luego concluir en que el vacío que existe en el interior, se ha hecho aun más profundo.

Estas actitudes muestran un marcado distanciamiento del real propósito que tiene Dios con la humanidad, el motivo superior para el cual envió a su hijo a olvidarse de sí mismo para dar su vida por nuestra salvación.

Por su infinito amor, Dios creó y luego ejecutó el plan perfecto para llevar a la vida al hombre que estaba muerto y, por lo tanto, destinado a vivir eternamente sin Dios.

Si comprendiéramos este incomparable acontecimiento deberíamos estar constantemente motivados para vivir una vida plena, llena de entusiasmo, que nos permita, aun cuando lleguen los momentos difíciles, aceptarlos seguros de que Dios está junto a nosotros. Sólo así olvidaríamos un pasado que no nos deja vivir un presente, ni continuar un futuro, disfrutaríamos día tras día lo que Dios ha puesto delante nuestro.

Únicamente al recibir este conocimiento podremos atravesar cualquier época del año sin permitir que las emociones dañinas y perturbadoras nos gobiernen y daríamos cabida a pensamientos buenos, de esperanza que representan la verdad, Dios. Porque exclusivamente El sabe los pensamientos que tiene para nosotros, los cuales son de bien y no de mal para que obtengamos el futuro que esperamos.

La alegría del nacimiento de Jesucristo, El Salvador se expresa, verdaderamente, cuando tenemos su mismo sentir, cuando nos despojamos, así como El lo hizo, no de lo que nos hace falta, sino de aquellas cosas que entendemos importantes pero nos alejan de El. Es confiar en sus promesas, en todo tiempo, es buscar su rostro y su perdón , es recibir a Jesús en nuestros corazones para que transforme nuestras vida, porque con su ayuda podremos cambiar aquello que está en desorden, abandonar lo que nos hace daño y ser fuertes en nuestras debilidades.

Es cambiar nuestras prioridades, tomándolo en cuenta a El primero, en todo, no realizando nuestro capricho, sino su voluntad, aunque ello implique el dolor por la renuncia. Es dejar la amargura y llenarnos del amor de Dios.

Reconozcamos que necesitamos un cambio, que no podemos continuar con una vida vacía y sin propósito, expresémosle a Dios nuestros deseos, emociones y suspirar, esperemos que El ponga su sentir en nuestro corazón y dejemos que dirija nuestras vidas.

Entonces nos llenaremos de gozo, paz y lograremos el verdadero éxito en nuestro paso por este mundo: que el plan, que desde la eternidad elaboró para nosotros y para el cual nos creó, pueda hacerse realidad en esta tierra.

Dejemos que Jesús nazca en nuestros corazones, considerémonos muertos a nosotros mismos y andemos en la nueva vida de la resurrección, ya que “no habrá oscuridad para el que está ahora en angustia”, puesto que la promesa de Dios se cumplió delante de nuestros ojos, al enviar a Jesús como Salvador del mundo: “porque un niño es nacido, hijo no es dado y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre:

Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz.

Lo dilatado de su imperio y la Paz no tendrán límite sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia, desde ahora y para siempre. El celo del señor hará esto.” (Isaías 9: 1; 6-7).

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