Navidades y Reyes: cómo las tormentas
ponen al desnudo las desigualdades

Navidades y Reyes: cómo las tormentas<BR>ponen al desnudo las desigualdades

TEÓFILO QUICO TABAR
Desde  tiempo se conocen  diferentes pensamientos y teorías sociales o políticas, incluyendo las cristianas que les asignan a los seres humanos derechos inherentes, como para matizar y ponerle el sello de que los mismos les son dados junto con los sentidos, inteligencia,  brazos, manos y cuerpo, o sea con la vida misma, por lo que no deberían separarse, sino que son parte de un todo; sin embargo, las sociedades especialmente aquellas como la nuestra, donde por múltiples razones no se ha podido lograr un desarrollo armónico  que permita a todas las personas disfrutar de las cosas esenciales para una vida digna, hay ocasiones especiales en que se manifiestan de manera mucho más descarnada las diferencias entre unos y otros.

Ya sea en Navidad, el día del Niño o  Santa Claus, así como en  día de Reyes, se corren las cortinas que pretenden ignorar o esconder las desigualdades sociales en grado extremo que existe en las familias dominicanas. Se ponen de manifiesto las grandes diferencias entre los que pueden demasiado, los que simplemente pueden y los que por otro lado no tienen aunque se las buscan haciendo líos para satisfacer los anhelos, sueños o ilusiones infantiles. También  los que simplemente no pueden absolutamente nada.  

El cuadro desgarrador de pobreza que viven a diario cientos de miles de familias dominicanas en barrios, patios,  callejones, parte atrás, orillas de carreteras y caminos, que conforman la mayoría, al llegar las fechas en que por tradición se requieren de esfuerzos especiales para adquirir juguetes o artículos que los hijos escuchan por radio y TV, observan en las vidrieras o escaparates de las tiendas, o les dicen los amiguitos en las escuelas, ponen al desnudo esas diferencias que para muchos que pueden,  pasan desapercibidas.

¿Y a ti que te dejaron? Es la expresión más común entre los niños, y es tal vez la motora de  inconformidades prematuras que comienzan a reflejarse, cuando habiéndose portado bien, haciendo sus tareas y  realizado trabajos especiales, sin embargo el Niño, Santa o los Reyes no fueron tan generosos como  con los hijos talvez del jefe de su padre,  del dueño del colmado o la tienda, de los jefecitos, o con los hijos de donde trabaja su madre.

Si hay un derecho inherente, ese debería ser el que tienen los niños, no solo  a tener educación, ropa, salud, techo y comida, sino también  regalos los días del Niño o de los Reyes y tiempo para disfrutarlos. Sobre todo en los pueblos y comunidades donde por razones especiales  la gente se conoce y casi todos tienen la oportunidad de frecuentar lugares como las iglesias,  escuelas y  parques.

No es un bonito espectáculo ver niños observando a otro jugando con cosas  que solo pueden  ver de lejos o ponerle las manos con asombro. Porque no hay límites e incluso competencia  a ver quién les deja más cosas, olvidando que la mayoría, incluyendo a los hijos de los que pudieran trabajar en sus propias casas, que no tienen ni pueden.

No debería haber una sociedad que se llame civilizada y mucho menos cristiana,  donde los niños no puedan, no solo alcanzar un juguete el día de los Reyes sino, peor aún, no contar con alimentación y ropa apropiadas para asistir a las escuelas y donde probablemente, si acaso les dejan algo, sean precisamente aquellas cosas que necesitan para la vida cotidiana. Cero juguetes, no porque no quieran, sino porque no pueden. 

Hay que aspirar sin embargo a que junto al nuevo año, se reafirme la esperanza o la ilusión por un día donde todos los niños, como un derecho inherente y sin distinción, puedan disfrutar de navidades y Reyes llenos de alegría. Con ropa y con juguetes. Con comida, techo y salud. Con padres a los que puedan ver con entusiasmo y alegría. Aspirar a la ilusión por una sociedad verdaderamente justa y humana, donde todos puedan tener lo que algunos tuvimos y lo que otros podemos dar. Porque los niños no tienen la culpa de las fallas de un sistema injusto y desproporcionado, que insiste en llamarse democrático, civilizado y hasta cristiano.

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