Necesitamos una cultura del cumplimiento

Necesitamos una cultura del cumplimiento

La República Dominicana se hizo famosa en los años ochenta y noventa por la gran vocación que tenían sus líderes sociales, políticos, empresariales y del Gobierno para responder a convocatorias de diálogos y firmar pactos. Esos acuerdos andan por ahí, en anaqueles de bibliotecas y en gavetas de escritorios, guardados para la posteridad y para la interpretación de investigadores.

Pero los dominicanos también tenían fama, aquí y en el exterior, por su extraordinaria capacidad para no cumplir lo pactado. Tan de todos los días y situaciones era ese comportamiento de frecuente, que en varias ocasiones escuchamos de los labios del gran mediador monseñor Agripino Núñez Collado advertir a los dialogantes sobre esa mala fama que corría, incluso, en los pasillos de importantes organismos multilaterales. Monseñor comentaba que somos famosos porque discutimos temas, llegamos a consensos, pactamos y firmamos, pero que nadie esperara que se cumpliría lo acordado.

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Es, dicen sociólogos e historiadores, la cultura del se “acata pero no se cumple”. Esta frase, que nos viene de los tiempos coloniales según los más curtidos historiadores de la época colonial, no deja de trasladarnos una actitud cínica hacia la vida y un irrespeto a los demás.

Sea lo que fuere, todos debemos admitir que en nuestra sociedad se vive rindiendo honor a una especie de cultura del incumplimiento. Todos dicen que sí, pero con la convicción de que será no. Sobre todo en las alturas del poder, del público y del privado.

Los tiempos del cumplimiento de la palabra empeñada no están con nosotros. Nos gusta más la frase del cinismo, “Se acata pero no se cumple”, que la honorabilidad del caballero o la dama que no permite que su palabra caiga en tierra.

Hay que regresar a la cultura del cumplimiento de lo pactado, de la ley, de las normas municipales. Es un imperativo que creará confianza.