Hay una etapa en la vida del niño en la que puede desear no crecer
A veces entre los nueve y trece años, es común que se vivan importantes cambios físicos y mentales que provoquen que el/la joven no desear crecer; ya que asocian el sentimiento de ansiedad a que crecer presenta sus dificultades, y esto les nubla los beneficios de un crecimiento saludable.
En esa etapa ocurren dos fenómenos psicológicos que pueden encontrar resistencia. Son conocidos, metafóricamente, como la muerte psíquica de los padres y la pérdida del cuerpo infantil.
Por otra parte, existen múltiples factores por los cuales un niño no desee crecer:
- miedo a crecer (cambios psicológicos y físicos),
- ansiedad por ingresar en una etapa llena de cambios con modificaciones
- también en el orden escolar (paso de la educación de ciclo primario a la educación de ciclo secundario),
- algún recuerdo o situación traumática que el niño reprima y asocie con el crecimiento (a menudo algunos niños han sufrido algún tipo de abuso sexual y esto les impide ver el crecimiento como algo positivo puesto que lo relacionan con el abuso ya que el niño sabe de manera inconsciente que el acto sexual corresponde a algo que realizan los adultos), entre otras posibilidades que complejiza esta etapa tan peculiar en la que el niño o niña se debate entre convertirse en adulto o seguir en la infancia, por eso suele ser común que un niño no quiere crecer.
Una de las señales claves de la confusión mental del niño pasa porque se muestra desorganizado, no presta atención, se le olvidan las cosas y suele estar distraído. Además, se le ve ansioso y se comporta de manera impulsiva o agresiva. Pero también en esta edad, son evidentes los deseos de agradar a los adultos y la evasión de las relaciones sociales con amigos de su misma edad.
Incluso, dependiendo de su personalidad, pudieran aparecer síntomas corporales y desórdenes alimenticios, producto de la somatización de la ansiedad que siente. Lo más corriente es que haya padres que ejerzan una crianza sobreprotectora que impida a sus hijos comenzar a sentirse responsables e independientes.
Lo más notorio en estos niños que no quieren aún ni percibir el origen de la adultez, es que evaden las responsabilidades, puesto que desean continuar siendo conducidos y protegidos. Es posible que el preadolescente manifieste su dependencia a los mimos a los que estaba acostumbrado.
Los padres somos los primeros agentes capaces de ayudar a un hijo que no quiere crecer, con las acciones adecuadas para comenzar a abordar el problema: determinando la causa, permitiendo y promoviendo la independencia, y dejando de tratarlos como niños de menor edad. Pero definitivamente, la ayuda terapéutica es la mejor opción cuando nos sintamos superados por la situación, en virtud, de que los psicólogos contamos con las herramientas necesarias para asesorar a la familia en este tipo de circunstancias. Debido a que, de esta forma, evitaremos la pérdida de tiempo, y podremos saber oportunamente qué es lo que preocupa al niño para poder actuar con amplio conocimiento y de manera profesional.
*La autora es Psicóloga Clínica