Negocios de capaperro

Negocios de capaperro

PEDRO GIL ITURBIDES
¿Les digo cuanto he cavilado alrededor de la venta de Sans Soucí? Ya no hay empresas públicas de servicios, comerciales o industriales para vender, y ahora le marchamos a ese pedazo de tierra. Lo peor es que el Gobierno Dominicano percibirá la misma moneda en que cobró los bienes de la antigua Corporación Dominicana de Electricidad (CDE). Pero no creo que la mayor  parte de la opinión pública contemple satisfecha el que sigamos vendiendo bienes nacionales por cáscaras de huevo.

Hubo días en que los nativos de esta isla cambiaron cuentas de vidrio y cascabeles por pepitas de oro. Se comprende el canje. Los europeos y sus grandes barcos eran una novedad. Los cascabeles superaban en sonido a las maracas del higüero relleno de piedrecillas. Mas no es posible que sigamos traspasando bienes públicos a cambio de nada. Y a cambio de nada es que se vende Sans Soucí.

De los famosos setecientos millones de dólares de la CDE jamás se han rendido cuentas claras y concordantes. En principio se expresó, ante los cuestionamientos hechos respecto de aquella capitalización, que se prefirió mantener los recursos en el exterior para evitar que fueren causa de inflación. ¡Cómo si engrosar las reservas internacionales y manejar con tino

esa riqueza pudiera conducir a ese camino! Al pasar de los días las interrogantes se tornaron críticas, y se explicó que los capitalizadores habrían de invertir esos recursos en el remozamiento de las plantas. Habría sido preferible que ante esa ulterior declaración se hubiese dicho que habíamos decidido regalar las plantas de la CDE.

Con el paso del tiempo nos hemos dado cuenta que la engañada superó a la de los españoles con los aborígenes en el cambio de abalorios por pepitas de oro. Por supuesto, no todos fuimos estafados en el pueblo. Porque los cambios en los estilos de vida de unos pocos, ha permitido entender que no a todos nos dieron cascabeles ni cuentas de vidrio.

Y ahora volvemos con lo mismo. Sans Soucí ha de venderse sin que el fisco reciba un dólar o un peso o un maravedí. A cambio de esta franja de tierra y de los muelles que bien valorados podrían cuadruplicar las partidas en que se ha fijado su precio, se recibirán obras. Pero ¡qué “obras”, ave María Purísima! Bien miradas, las mismas pueden reconstruirse -que es el caso de la jefatura de la Marina de Guerra- y erigirse las otras, con mucho menos recursos.

Escribo, por tanto, embargado por el desencanto. Si éstos son los santos, Señor, ¡¿qué dejaremos a los demonios?!

Bien está que me reconforte con la imagen de un hombre al que tildaron de “entreguista y vende patria”. Cierto día acudimos a su oficina para tratar un asunto de interés legislativo. Joaquín Balaguer decidió llamar a quien ejercía las funciones como Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo. Mas éste no se hallaba en su despacho. De manera que pidió al general Luis M. Pérez Bello que llamase al Sub Consultor, Emilio Gómez. Cuando el último pasó al despacho, le preguntó por su jefe. Este le informó que se encontraba en La Romana junto a unos franceses.

Quiso interesarnos en el asunto por medio de una pregunta. Aunque estoy aprendiendo a leer las tasas por los sellos de los fabricantes en su base, nunca he tenido talante de adivino. De manera que respondí a su interrogante con otra pregunta.

-Ha venido al país una comisión de empresarios turísticos franceses, nos dijo, y desde que llegó ese grupo, no tiene sosiego. Han venido a comprar la isla Catalina, y aunque lo he advertido sobre el particular, no para mientes en sostener estas conversaciones. ¡Pero ya verá!

Y en efecto, poco después el Consultor pudo ver que el entreguista no lo era tanto y que para vende patria le sobraban timbales. Pero no siempre la historia se escribe de este modo, sobre todo tratándose de conversos en las ideologías, y de la diferente concepción del bien común. Y es que para aquél hombre, timado por varios de sus acólitos en los años finales de su existencia, los negocios del capaperro no eran los de su preferencia.

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