Por Luchy Placencia
Porque posee una impactante voz propia que no precisa la atribución de valores inexistentes mediante discursos rebuscados, un creciente número de coleccionistas y galeristas locales adquiere las obras del multipremiado pintor dominicano Nelson González.
En cada cuadro, González retiene el bien ganado derecho de ser llamado “artista”, tal y como lo consideran el experimentado galerista Nanchu Espínola y coleccionistas de la talla de Antonio Ocaña, Kelvin Naar, Mario Martínez y Alejandro Asmar.
Todos coinciden en que la hora de internacionalizar al pintor criollo ha llegado, en que la luz de su lámpara debe trascender el lar nativo; y por ello es ponderada su introducción en la escena pictórica de países como España y Colombia.
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La Fundación Alejandro Asmar y el Centro Mirador presentaron, hace unos meses, la exposición Persistencia del olvido, primera individual de González. El conjunto de 25 piezas únicas conmovió a los espectadores por la manera en que transmite los múltiples matices de la vida en los barrios de Santo Domingo.
Con particulares trazos y colores, el pintor persigue la redención, en todas las esferas de la existencia, de los habitantes de los sectores más pobres: “Intento, a través de mi poética plástica, ser una voz de esperanza en su proceso de transformación psicosocial”.
Ni decorativa ni complaciente
González es un artista con sólida formación y profunda sensibilidad, que no busca satisfacer las demandas del mercado; en vez de ello, pinta descarnadamente carencias materiales, angustias existenciales y feroces enfrentamientos en el laberinto de lo cotidiano.
“La suya no es una obra complaciente o decorativa, sino de fuertes planteamientos humanos y estéticos. Retrata la realidad de su propio entorno: dolores, vicisitudes, frustraciones y, también, luchas y sueños”, sostiene el coleccionista Kelvin Naar, quien ve en el pintor un tesoro del arte dominicano.