Neruda y sus casas

Neruda y sus casas

Tres de las casas en las que vivió Pablo Neruda son ahora museos: “La Chascona”, en Santiago, “La Sebastiana”, en Valparaíso” e “Isla Negra” frente a una hermosa playa de la costa central de Chile

Todas ellas encierran entre sus paredes el testimonio de su obra, de su personalidad caprichosa, de su espíritu lúdico y de sus apasionados amores. El poeta (1904-1973) dejó su marca en cada una de las casas en las que vivió, que fueron construidas a su antojo. Se encargó de buscar los materiales, participó activamente en los proyectos y las llenó de los más diversos y estrambóticos objetos traídos de las más remotas partes del mundo, que les otorgaron una personalidad inigualable.

Aunque Neruda, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1971, se autodefinía como un “marinero de tierra firme”, siempre fue un enamorado del mar. Es por eso que diseñó sus casas como si del interior de un barco se tratara. Así, coexisten pequeñas ventanas redondas, pasillos y puertas angostas, suelos inclinados a propósito y armados con tarugos de madera en lugar de clavos o hasta cuerdas en las estanterías para proteger los libros de eventuales temporales marítimos.

Gozador de la vida y de la buena mesa, el autor de “Canto General” siempre dispuso de amplios comedores y abundantes vajillas para albergar a los numerosos amigos que acudían a su morada para celebrar fiestas y participar en interminables tertulias. Por este motivo, otro de los indispensables es el bar, donde el poeta preparaba su famoso “Coquetelón”, una mezcla de coñac, cointreau, champán y jugo de naranja.

La casa que Neruda construyó en 1953 en el bohemio barrio Bellavista de Santiago fue bautizada como “La Chascona” -que en Chile significa despeinada- en honor a Matilde Urrutia, su tercera esposa, de quien se decía que, por mucho que se peinase, siempre terminaba con el pelo enmarañado.

Pablo y Matilde se sirvieron de esta casa como escondite idílico para su amor secreto, ya que el poeta seguía casado con su segunda esposa, Delia del Carril, con quien compartió antes “Michoacán”, una casa situada en el sector santiaguino de La Reina, que ella habitó hasta su muerte, a los 104 años, en 1989.

De hecho, toda “La Chascona” gira al entorno del nuevo amor del poeta: múltiples retratos de la amada colgados en las paredes, un asiento del comedor que emula el teclado de un piano -instrumento que tocaba Matilde- o una pequeña caja de madera que anuncia “para Matilde son Los Versos del Capitán” -obra que Neruda publicó bajo pseudónimo para evitar que Delia del Carril sospechara.

La vivienda, construida en el fondo de un callejón, sobre una de las laderas del Cerro San Cristóbal, parece una vivienda de hadas, compuesta de diversos edificios insertados en medio de un gran jardín y comunicados entre si mediante diferentes escaleras. Éstas, junto a senderos al aire libre, pasillos secretos, múltiples puertas y tantos otros rincones producen una fuerte sensación laberíntica.

Al fondo del gran comedor, una de las piezas centrales de la vivienda, el poeta instaló una puerta secreta, por la que escapaba cuando sus invitados le aburrían y que constituye una clara muestra del espíritu juguetón de Neruda. Tras ella, una angosta escalera de caracol conduce al comedor privado de la pareja y a los aposentos de Matilde.

En el salón, cuyos grandes ventanales Neruda quiso orientar hacia la cordillera de Los Andes, contraviniendo las intenciones del arquitecto Germán Rodríguez Arias, un español refugiado en Chile tras la guerra civil, se combinan sillones confortables, alfombras de piel de vaca y una colección de muñecas, una de las fijaciones del poeta tras perder a su hija de 8 años.

Neruda murió algunos días después del golpe militar que derrocó a Salvador Allende en 1973 y, aunque diversos actos de vandalismo dejaron “La Chascona” en un estado deplorable, Matilde insistió en velar los restos del poeta en esta casa y mostrar, así, la situación en la que se encontraba el país.

“Yo construí la casa” titula Neruda su poema sobre “La Sebastiana”, su casa en Valparaíso (…Me dediqué a las puertas más baratas,/ a las que habían muerto/y habían sido echadas de sus casas (…)/ Y yo dije: Venid a mí, puertas perdidas:/ os daré casa y muro y mano que golpea/, oscilaréis de nuevo abriendo el alma”.).

El poeta la compró sin terminar y llenó sus tres desordenados pisos de colores vivos, escaleras y rincones, como si se tratara de su Valparaíso particular.

El Nobel inauguró su morada porteña el 18 de septiembre de 1961 con una fiesta a la que, siguiendo su hospitalidad habitual, congregó a sus amigos con una invitación que decía: “El 18/ En La Sebastiana/ Menú/ Empanadas/ Vino Tinto/ Cielo Azul”. A partir de ese momento la ocupó sólo de manera puntual, como por ejemplo para la noche de año nuevo porteño, en la que se realiza un renombrado espectáculo pirotécnico.

El punto central de la casa es una chimenea, diseñada por el poeta y a la que él llamaba “tinaja para el humo”, de formas redondeadas y clara protagonista del salón. En esta estancia, que ofrece una impresionante vista panorámica de toda la bahía de Valparaíso, Neruda instaló uno de sus caballos de madera, que trajo desde París y que, si se observa desde el comedor, pareciera que está girando en su carrusel.

Pero, según dicen aquellos que le conocieron, la casa preferida de Neruda fue “Isla Negra”, que compró en 1938 a Don Eladio Sobrino, un marino español retirado. El poeta le dio este nombre por las rocas negras que recortan la arena de la playa frente a la que se yergue la vivienda.

“Hermano, ésta es mi/casa, entra en el mundo/de flor marina y piedra/constelada/ que levanté luchando/ en mi pobreza/, escribió Neruda en su “Testamento” (Canto General), que comienza: “Dejo a los sindicatos/del cobre, del carbón/ y del salitre/mi casa junto al mar de Isla Negra”.

En su “Oda a las Cosas”, Neruda confiesa su pasión por los objetos -”amo las cosas loca, locamente”- y es en “Isla Negra” donde su particular afición al coleccionismo queda más patente. En la biblioteca, donde el Nobel escribió “Alturas de Macchu Picchu” detrás de una pequeña ventana desde la que podía observar la inmensidad del océano, se amalgaman máscaras de Brasil, Japón y Indonesia, estribos, coleópteros, barcos en botellas -que el poeta situó ante las ventanas para que pareciera que aún navegaban- y una fantástica colección de caracolas marinas que incluye hasta un rarísimo unicornio de ballena narval.

En el salón instaló, además, su más preciada colección: la de los mascarones de proa. “En las arenas de Magallanes te recogimos cansada,/ navegante, inmóvil/ bajo la tempestad que tantas veces tu pecho dulce y doble/ desafió dividiendo en sus pezones”, escribió Neruda en su poema “A una estatua de proa” dedicada a estas preciadas piezas.

Su amor por estos mascarones llegaba a tal punto que hasta los bautizaba y así nos encontramos con “María Celeste”, uno de sus preferidos, y del cual Neruda decía que lloraba porque extrañaba el mar, cuando la humedad se condensaba en sus ojos de cristal.El carácter juguetón de Neruda queda plasmado también en la mesa del comedor de “Isla Negra”, donde los manteles individuales de todos los comensales representan barcos a vela, menos el del propio poeta, en el que los motivos son cartas y instrumentos de navegación, como buen capitán que era.

En un principio, Neruda convivió en esta casa con su segunda esposa, Delia del Carril, escritora y pintora argentina conocida como “La Hormiguita” y, más tarde, con Matilde Urrutia. El dormitorio que compartió con esta última destaca por su enorme ventanal abierto a un mar del azul más intenso.

“Compañeros, enterradme en Isla Negra/ frente al mar que conozco, a cada arena rugosa de piedras/ y de olas que mis ojos perdidos/ no volverán a ver” escribió Neruda en su poema “Disposiciones”. Y así fue. Aunque durante los años de la dictadura de Augusto Pinochet el poeta estuvo sepultado en un humilde nicho del Cementerio General de Santiago, con el retorno de la democracia, sus restos, junto a los de Matilde Urrutia, fueron trasladados a “Isla Negra”, como fue su deseo y donde permanecen hasta hoy día.

 

El escritorio del poeta, que también alberga los más diversos objetos, como un lavatorio de procedencia inglesa y que nunca estuvo conectado, corona el edificio. Una gran fotografía del poeta estadounidense Walt Whitman, del que Neruda era un ferviente admirador, cubre la puerta de acceso a la terraza.
Efe/ Reportajes

Publicaciones Relacionadas

Más leídas