La palabra “frontier”, en inglés, se deriva de la palabra “front”, “frente”, “lo que está al frente”, o “de frente”. Un término que en lenguaje castrense se refiere a la zona donde se producen escarceos y enfrentamientos con el ocupante o invasor. No se trata de una zona que ningún ejército controle, ya que las posiciones de los combatientes pueden avanzar o retroceder en uno u otro sentido. Los estadounidenses llamaban frontier a los territorios salvajes del oeste, inexplorados o bajo control de apaches, navajos o cualesquieras otras tribus hostiles. Cosa muy distinta es la palabra “border”, que significa borde o límite.
Y, precisamente, cuando el gobierno de aquel país dice “borde”, significa que de este lado solo estadounidenses y, de aquel lado del borde, están ellos, ciudadanos o naturales del otro país. Muy contraria y distintamente, en este país, las palabras frontera, borde o límite, aunque parecen referirse a nuestro territorio y geografía nacionales, no se puede precisar a qué cosa se refieren. No importa si están escritas en la Constitución, en la Historia, en la Geografía, en los textos escolares, o en los periódicos.
Lo más “afrentoso” es que una fracción multimillonaria de nuestros impuestos se dedica año tras año para que decenas de miles de hombres cuiden esa cosa indefinida que no queda claro si es borde, límite o frontera, o simplemente, territorio de nadie. Millares de hombres uniformados, armados y entrenados se encuentran concentrados en áreas y lugares muy apartados de esa línea “fronteriza” que supuestamente nos separa del país vecino. Recientemente, en una encuesta realizada por Gallup, que yo dirijo, el 88% de los ciudadanos dominicanos entrevistados en todo “el país” (no digo “territorio nacional”, por las dudas), expresa que el gobierno debe prohibir la entrada ilegal de haitianos; y cerca del 60% dice que se deben sacar del país todos los ilegales, están trabajando o no. Si esa es la voluntad nacional, ¿tiene el Gobierno y los cuerpos de defensa una tarea o no la tienen? Esto es un asunto que todo el que tiene responsabilidad y juicio sano no debe entender equívocamente.
Es insano, demencial, que todos los días del mundo haya denuncias de un flujo indiscriminado y permanente, de manera cuasi-masiva, de personas indocumentadas, ilegales, procedentes del oeste de la supuesta raya fronteriza; a establecerse permanentemente de este lado, o a deambular por calles, callejones, caminos, trillos y senderos de este país, sin que nadie les pregunte (si acaso les pueda preguntar, porque no hablan nuestro idioma): ¿Cómo lograron entrar, cuánto pagaron de soborno, y a quién; a qué lugar y a qué empresa y puesto de trabajo se dirigen; quién los contrata, y en qué lugar, bohío u hotel se van a alojar temporal o definitivamente? Preguntas que suelen hacérseles a los extranjeros que ingresan a cualquier país decente. Tema aparte de los descendientes de extranjeros, que han nacido aquí, que legalmente son o pueden ser dominicanos. Porque de poco valdrá tanto esfuerzo y alboroto si no cuidamos soberana y dignamente nuestro territorio.