Desde siglos se da por irrebatible que la educación es la salida única y obligada para el desarrollo de los pueblos. Nadie niega ese axioma. La pregunta que sigue es: ¿por qué la función pública de educar en manos de funcionarios y mandatarios no se corresponde con esa convicción tan generalizada? Los gobernantes dominicanos solamente de manera excepcional han tomado una actitud radical acerca del tema. Aún con presidente ilustrado, como Balaguer, la educación sufrió pérdidas relativas respecto a la Tiranía, y los que vinieron detrás, sin mención del corto gobierno de Bosch, tampoco dejaron sentir su empeño en instruirnos y educarnos.
130 años atrás, Emilio Durheim, educador y sociólogo francés, llamó maligna la idea de un proceso de mercado dejado al “libre hacer”, sin regulación del Estado, que es en lo que se ha convertido el mundo globalizado. Durheim, uno de los primeros sociólogos de la economía, señaló que el destino de ese capitalismo no sería otro que el del consumismo y la corrupción.
Desde que fui estudiante en los 60, y profesor de Sociología de la Educción, en los 70, he visto traer y llevar el tema docenas de veces, cada vez teniendo la esperanza de que siendo tan obvia la necesidad de educar para desarrollarnos, ya nadie daría un paso atrás. Hasta he tenido la ilusión que alguno de mis alumnos que llegaron luego a Ministros de Educación, harían el milagro.
Hace rato que otras naciones del continente nos dejaron atrás: tienen la educación y la instrucción especializada como valor crítico de competitividad.
Nosotros apenas empezamos a hablar en serio sobre el tema, gracias a la insistencia de la sociedad civil y el compromiso logrado con la actual administración de dedicar un 4% del Presupuesto a la Educación. Hasta ahora lo que está a la vista es la construcción de edificaciones escolares, lo cual tiene el peligro de parecerse demasiado al estilo de los viejos caudillos. Lo que está por verse es lo de la calidad de la enseñanza, y en esto, pareciera que el gobierno aún no ha encontrado la pista de despegue.
Nos ha tocado vivir una época muy dura, demasiado cínica. Y los dirigentes políticos todavía no nos convencen de que estamos yendo por el buen camino. Incluso los maestros dominicanos están muy lejos de dar la talla, y de siquiera parecerse a los grandes educadores de las pasadas generaciones. Vemos demasiadas gentes mal preparadas, acostilladas a los partidos oficiales y a uniones laborales con más mañas que virtudes.
Los países pequeños de subdesarrollo tardío vemos crecer la brecha tecnológica que nos separa de los países desarrollados. Apenas una pequeña porción de nuestros jóvenes tiene oportunidad de engancharse en el sector moderno y formal de nuestra economía.
Las demandas de la población por seguridad, salud, y bienes de consumo acogotan los presupuestos nacionales y personales con reclamos inmediatistas. Mientras que la corrupción, la demagogia y los organismos “reguladores” que sirven a las potencias, mediatizan la vida de este subdesarrollo en vías de descomposición. ¡Sálvanos, Señor!