Ni negra ni blanca: dominicana

Ni negra ni blanca: dominicana

ROSARIO ESPINAL
Hace varios días caminaba por una de las congestionadas calles de Washington Heights, donde cada día se afirma y transforma la dominicanidad. Escuché una joven decirle a otra: «Yo no soy negra ni blanca, soy dominicana». Pensé inmediatamente en las implicaciones sociológicas del comentario que hacía la joven en ese contexto neoyorkino. Como mulata, huía ella de la bipolaridad racial negra-blanca y recurrió a su identidad dominicana.

Se me ocurrió en ese momento que sus palabras podrían servir de inspiración para escribir un poema, la lírica de un merengue, el guión de una obra de teatro, o quizás simplemente uno de mis artículos periodísticos. Sin tomar decisión al respecto proseguí mi camino en medio del hormiguero humano que circulaba aquella tarde por el Nueva York dominicano.

Más adelante me detuve en una esquina a comprar frijoles con dulce, que allí se venden todo el año sin importar que es delicia especial de Semana Santa. Junto al vendedor ambulante había otro dominicano que me preguntó de qué país provenía. Le contesté que era dominicana, pero su incredulidad fue tan grande que estalló a carcajadas. No me sorprendí porque me ocurre con frecuencia que duden de mi origen dominicano. De todas formas desafié a mi compatriota a que explicara por qué no creía que yo era dominicana.

«Pareces suramericana», dijo el señor, y rápidamente agregó en tono enfático: «no tienes el tigueraje dominicano». Por más que intenté convencerle de que era dominicana rechazaba todas mis explicaciones, y mientras más le argumentaba más lo dudaba.

Entonces, entre sonrisas y bromas, fabulosas en esos intercambios casuales de la discordia, se me ocurrió hablarle en puro cibaeño. Pensé que con esa prueba tan contundente de dominicanidad terminaría nuestra disputa que proseguía mientras degustaba mis frijoles con dulce. Logré ciertamente sorprenderlo y creo que así también convencerlo de mi auténtico sello dominicano.

Después de esos dos episodios decidí continuar mi caminata y meditar un poco. Me pregunté, aunque no era mi intención atormentarme aquella tarde con una pregunta tan compleja: ¿En qué consiste ser dominicana? Advierto que no encontré respuestas claras pero me surgieron muchas interrogantes.

¿Consiste en venerar a Duarte, Sánchez y Mella? ¿En cantar Quisqueyanos valientes alcemos, Por Amor o Quisqueya? ¿En adorar la bandera? ¿En celebrar el 27 de febrero, el 16 de agosto, el 24 de abril o el 21 de enero? ¿En leer a Pedro Henríquez Ureña, Aida Cartagena Portalatín o Pedro Mir? ¿En bailar merengue a ritmo de Joseíto Mateo, Fefita la Grande, Fernandito Villalona o Juan Luis Guerra? ¿En el gusto por la bachata o el perico ripiao? ¿En la pintura de Yoryi Morel o alguna otra variante del paisajismo dominicano? ¿En valorar la negritud, los palos y Villa Mella? ¿En ser anti-haitiano o anti-norteamericano? ¿En ser negra, blanca, mulata, trigueña, india clara o india oscura? ¿En comer sancocho, mangú y «la bandera»? ¿En celebrar cumpleaños con biscocho y refresco rojo? ¿En ser del PRD, del PLD o del PRSC? ¿En glorificar a Bosch, Peña Gómez o Balaguer? ¿En ser de las Aguilas, del Licey, del Escogido o las Estrellas? ¿En hablar con la «L» o con la «i»? ¿En gozar del carnaval? ¿En recorrer la geografía nacional y descubrir encantos naturales en los lugares más recónditos del país?

¿Consiste en todo eso, en algo de eso, en nada de eso o en algo más que eso? Y si acaso fuera todo eso o más que eso, ¿habría entonces alguna esencia? ¿Sería nombrarla que afirmaría su existencia?

¿Es un derecho de nacimiento? ¿Una ciudadanía única e indivisible? ¿Una doble ciudadanía? ¿Puede obtenerse por herencia cultural aunque no se tenga certificado de nacimiento? ¿Quién otorga el derecho a ser dominicano: el Estado, usted o cada quién? ¿Son Félix Sánchez y Alex Rodríguez dominicanos? ¿Será que consiste en vivir en el extranjero y enviar regalos y dinero mientras se acumulan nostalgias para el regreso?

¿Hay respuestas para estas preguntas? ¿Por qué al formularlas movemos la cabeza de arriba a abajo, de derecha a izquierda y viceversa como si conociéramos las respuestas? ¿Por qué con el simple hecho de ver un cuerpo, escuchar unas palabras o mirar unos gestos es posible sentirse calificado para identificar quién es verdaderamente dominicano?

¿Es quizás algo tan sencillo como sentirlo u olfatearlo? ¿Es simplemente una manera de articular gestos, retorcer las vísceras, sonreír, o soltar lágrimas por gente, lugares y situaciones que nos conmueven o traen recuerdos? ¿Es usted dominicana o dominicano porque lo declara, se lo recuerdan o lo reclama? ¿Hay alguna sensación o emoción que sea particularmente dominicana? Si tuviese que escoger una sola cosa que le hace dominicano, ¿qué escogería? ¿Y si fuera más de una, cuántas y cuáles escogería?

Yo me quedaría con la neblina mañanera del valle cibaeño en el mes de enero.

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