Ni odio, ni homosexofobia ¡Dios nos libre!

Ni odio, ni homosexofobia ¡Dios nos libre!

La Real Academia de nuestro idioma define fobia como: “Aversión obsesiva a alguien o a algo; o bien, como temor irracional compulsivo”. Otra acepción: “Temor intenso e irracional, de carácter enfermizo, hacia una persona, una cosa o una situación”. Por otra parte, el prefijo homo tiene dos significados: a) hombre, como en “homo sapiens”, o, b) igual, mismo, como en “homogéneo”. Por tanto, si alguien desea referirse al temor o al rechazo al “homosexualismo”, incurre en un uso impropio del idioma si llama homofobia a esta conducta. En tal caso, debería decirse “homosexofobia”, puesto que homofobia, en buena gramática, significaría rechazo a los hombres, lo cual dista muchísimo del caso, o rechazo de sí mismo o de sus semejantes, cosa absolutamente absurda.

Las fobias, en general, son temores irracionales o aparentemente irracionales, pues desde Guacanagarix, en algún componente genético de nuestra mulatísima raza debe quedarnos algún código de temor a los extranjeros. Que es una constante de todas las razas y pueblos del mundo cuando ellos mismos padecen inseguridades territoriales, culturales y hasta espirituales, porque las penetraciones disruptivas son muchas y la confusión y el desorden que padecemos ya son inmanejables.

Nadie está cómodo viviendo al lado de una casa llena de extraños (mayormente hombres) indocumentados, de otra raza y cultura, pobres, iletrados, a los que ni siquiera les puede preguntar cómo se llaman, a qué se dedican y dónde está el resto de su familia. Cuestiones elementales en todo sistema de convivencia, porque nadie puede convivir con lo desconocido. La convivencia se basa en la comunicación, en la posibilidad de predecir al otro, de saber si es confiable o peligroso.

Con la homosexualidad ocurre algo similar, excepto si el individuo es parte de nuestro grupo o de nuestra familia. En ese caso somos tolerantes y no hay sobresalto, porque siendo parte de los nuestros sabemos (predecimos) que va a respetar la integridad de nuestros niños y las buenas costumbres familiares.

Nuestro pueblo no es xenófobo ni siquiera con los haitianos que hicieron matanzas de dominicanos en el pasado porque éstos que están aquí son infelices que vienen a escapar de sus miserias. El dominicano no los teme ni los rechaza en situaciones socialmente (estructuralmente) controladas. Pero cualquier país pequeño por lo menos se alarma cuando, por ejemplo, la homosexualidad y los extranjeros ilegales están siendo patrocinados, descaradamente, por la misión diplomática de un país tan poderoso. Tenemos temor de que también aquí se nos quiera borrar la memoria espiritual y cristiana, tratándonos como si estuviésemos obligados a convalidar sus leyes en nuestro país.

Los dominicanos somos naturalmente amistosos y hospitalarios e incapaces de molestar o perseguir a personas por raza, color, religión o preferencia personal. Tenemos muchas aprensiones y algunas fobias difusas; y algunos miedos histórica o sociológicamente justificados. Si a algo debemos los humanos tener temor, no solo los criollos, es a que nos roben nuestras almas, nuestra lengua, cultura y valores, mayormente en nuestro caso, puesto que nuestras riquezas naturales ya están en manos de extraños y el medio ambiente bastante deteriorado.

 

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