Desde hace muchos años la mayoría de los partidos políticos han estado practicando acciones corrosivas y antiéticas, que han limitado la transformación del Estado y de las familias dominicanas. Cuando en una nación las elecciones municipales y congresuales se ganan dando dinero y comprando la conciencia de los electores de forma explícita, no importa qué cantidad de impuestos aporten los contribuyentes al Estado, porque donde impera un alto nivel de corrupción y un alto nivel de injusticia muy pocas cosas funcionan y todo se esfuma; como decía mi profesor de economía: “Es como tener un pedazo de hielo en la palma de mi mano, que por más que lo apriete se irá derritiendo poco a poco”.
Cuando el presidente de un país, como líder y cabeza principal, no posee el carácter y la valentía para desarticular la corrupción, no importa las reformas tributarias que se implementen, todo se esfuma y el pueblo se queda estático. El desastre gubernamental en la República Dominicana ha sido generado por gobiernos frágiles, ambiguos, y con temor de ponerle el cascabel al gato o a los gatos. El problema no son los impuestos, son los líderes mal puestos. Finlandia, por ejemplo, es uno de los países nórdicos en el que más impuestos se paga, pero allí todo funciona a la perfección; todo lo contrario en nuestra nación, nosotros pagamos muchos impuestos y en cada rincón del país los servicios públicos son cuestionables e inciertos. Mientras tanto, una cantidad de personas cobran cheques sin trabajar y los partidos políticos reciben millones de pesos, y lo cierto es, que casi todos lo usan para alimentar el ciclo de corrupción.
Nuestros problemas no son ni la pandemia, ni los impuestos; es la corrupción encarnada en cuerpos omnívoros que sólo piensan en ellos mismos y que mantienen al pueblo sumergido en un oscurantismo gubernamental; porque cuando en una nación el engranaje gubernamental está sustentado en el compadreo, cuando en una nación no se castiga al político o funcionario que sustrae indebidamente los recursos del Estado, cuando en una nación el sector empresarial queda coartado y es sometido a pagar un peaje oculto, y cuando en una nación los servidores públicos gozan de privilegios superfluos, innecesarios y excesivos, podemos decir a todo pulmón y sin
equivocarnos, que el Estado no está ejerciendo su papel de ordenar y administrar la vida en sociedad. Por tanto, pagar más impuestos es alimentar el deseo desenfrenado de esos mal llamados servidores públicos.
A esos servidores públicos que han sido elegidos para administrar y organizar la sociedad, y que lo que han hecho es llevarnos amarrados hacia la hoguera de la pobreza y a un abandono inexplicable, hoy les recordamos que el pueblo ya despertó, no tenemos la cara de cenutrios, no somos tontos y mucho menos pusilánimes; ya sabemos que aquí no existe una política de Estado, y que el clientelismo y la mediocridad son los rieles que dirigen a todo un pueblo que nunca ha gozado de un período de oro; y es precisamente en ese contexto de ignorancia, donde los más grandes y los que deberían modelar la justicia, la equidad y la real reforma tributaria, ¡nos han fallado!
Ciertamente una gran parte del pueblo no entiende los tipos de impuestos, pero sí tiene muy claro que los gobiernos son elegidos para velar y administrar los bienes del Estado y para proteger a la población en general. El pueblo, ¡ya despertó!