Ni putas, ni ficción, ni sexo en García Márquez

Ni putas, ni ficción, ni sexo en García Márquez

PEDRO JULIO JIMENEZ ROJAS
Dos amargas decepciones experimentarán aquellos que han adquirido el último trabajo publicado por García Márquez al creer que su título promete un pecaminoso y suculento inventario del puterío, o en base a lo dicho por los editores en la solapa, tratarse de un obra de ficción a la cual no se dedicaba el premio Nóbel colombiano desde hacía unos diez años.

El lector pronto se apercibirá que no es ni lo uno ni lo otro, pues por un lado están casi ausentes las picantes escenas y los excitantes comentarios típicos en las Memorias de quienes se ganan el sustento en el fenicio alquiler de su bajo vientre, y por otra parte, el oficio de escritor y periodista del protagonista no deja lugar a dudas de que éste es un trasunto del autor. Gabo extrae su material narrativo de su experiencia vital, como el egipcio Nadjib Mahfuz.

Al saborear una vez más su particular estilo narrativo al cual nos tiene acostumbrados desde el parto feliz de «Cien años de soledad», el ilustre hijo de Aracataca nos ofrece más bien en su última entrega el triunfo del amor sobre el sexo, la función renovadora del primero, sobre todo cuando es vivido por una persona nonagenaria como lo es el protagonista.

A pesar de morir joven y por lo tanto desconocer los placeres eróticos de la senectud, el escritor cubano Reynaldo Arenas en su poco conocido trabajo póstumo titulado «El Portero» advertía lo siguiente: «En el sexo hay que aceptar el triunfo del tiempo y la derrota propia; hay que descubrir que el verdadero placer no es el que se recibe sino el que se proporciona; que el auténtico placer no es gozar sino hacer gozar».

El añejo personaje central de «Memoria de mis putas tristes», en un arrebato senil e ignorando las recomendaciones de Arenas desea celebrar sus noventa años acostándose con una muchachita no usada, aunque sospecho que en el fondo él está convencido de su discapacidad eréctil, así como de su insuficiencia digital y lingual para alcanzar sus morbosos propósitos.

Surge entonces en este cuerpo marchito un súbito sentimiento amoroso que es causante en esos años del naufragio de grandes fortunas, ruptura de matrimonios sólidamente establecidos y el derrumbe de honorabilidades a prueba del tiempo, cayendo finalmente en una manía admirativa, un embeleso pasional que revoluciona de arriba abajo la percepción que hasta el momento tenía de su realidad.

Sin temor a equivocarme, creo que la parte más sustanciosa de la obra se inicia a finales de la pág.65 y termina en la 66 de la edición «Norma», la cual reproduciré parcialmente en razón de que este Diario aprovecharía mejor un espacio que reportaría ventajas económicas, en lugar de cederlo gratuitamente a alguien con preocupaciones literarias. Dice así: «gracias a ella (la muchacha virgen) me enfrenté por vez primera con mi ser natural mientras transcurrían mis 90 años. Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrir que no soy disciplinado por virtud sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad; que me paso de prudente por mal pensado; que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas;que solo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del Zodíaco. Me volví otro. Traté te releer los clásicos que me orientaron en la adolescencia,y no pude con ellos. Me sumergí en las letras románticas que repudié cuando mi padre quiso imponérmelas con mano dura, y por ellas tomé conciencia de que en la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados».

Pienso que sin haber leído lo antes transcrito todos los adultos sabemos, que si en verdad es el sexo es la ilusión del instante, la trampa tendida por la naturaleza para que el hombre finito pretenda aspirar a la eternidad a través del semen esparcido en la mujer, el amor por el contrario es lo único capaz de transformarnos de raíz, de suscitar en nosotros cambios definitivos.

No es necesario llegar a los noventa años para persuadirse que el sexo es un relámpago, la centella del infinito como decía el poeta, siendo el desencanto su más triste y esperada consecuencia, al extremo que nadie ha sido feliz en la madurez al recordar la cantidad de encuentros carnales fortuitos sostenidos desde la juventud o pubertad.

Aunque el amor reclama obligatoriamente la ofrenda física y líquida proporcionada por el sentimiento amoroso notamos que los amantes, al recuperar la verticalidad, no están invadidos por la tristeza y la frustración sino más bien, por la comprensión y la satisfacción de haber hecho lo debido.

Los que gustan de la prosa garcíamarquiana como el autor de este artículo, tienen en esta «Memoria de mis putas tristes» una nueva ocasión de paladearla, degustarla y como sucede con las obras de los grandes novelistas, descubrirán en ella aspectos, facetas al margen de la intención del autor capaces de despertar interesantes comentarios y sutiles apreciaciones.

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