Ni tan santo que (non) santo

Ni tan santo que (non) santo

POR MARIVELL CONTRERAS
Si hay algo que se le adjudica como propio de su personalidad a una estrella es ese carácter especial que le hace sentir a los demás su superioridad inasible. Los astros no son gente de este mundo. Todo lo que hacen, que a sus ojos es tan normal como otra persona cualquiera, es vista por los que le idolatran como una muestra más de que pertenece a una raza especial que nada tiene que ver con la del resto.

Esto provoca que los artistas y sus manejadores se pongan alerta para infundir ese velo de misterio y divinidad que el estrellato llama y necesita.

Para que el público siga a una persona con o sin talento, que cante, baile, actúe, hable este tiene que estar envuelto en una aureola que le sea ajena a los demás mortales.

Hay gente que nace con su gracia y que se entera de que la tiene a causa de lo tanto que se lo recuerdan o dicen los demás.

Los hay también que sin tenerla, se dedican a cultivarla a fin de que se vea y se perciba así. Este es el caso de muchos artistas de todo el mundo, muchos que rayan en el ridículo a fin de llamar la atención y otros que los hacen caer en el ridículo de tanto que por no llamarla y el interés del público por lo vedado se acrecienta que empiezan a inventarse historias descabelladas que no tienen ningún lugar de origen.

Por ejemplo, Michael Jackson cuyas transformaciones físicas y su histrionismo llevaron hasta el paroxismo a jóvenes de todo el planeta. Cuando el rey del pop no daba con la frecuencia que el público necesitaba las informaciones de sus excentricidades, entonces la prensa amarillista empezaba a elucubrar hasta llegar hasta la maravillosa y ridícula historia de que este dormía en una cámara de gas.

Pero, el ejemplo de Michael Jackson es el extremo de hasta dónde se puede tensar la cuerda y lograr que el adversario la tome en sus manos y nos deje caer. El artista que más discos ha vendido en el mundo ha dicho una y otra vez que tiene vitiligo y sin embargo el público del mundo piensa que su complejo de negro y narizón le llevó a gastarse su dinero blanqueándose y afilándose –hasta perderla- su antes rechoncha nariz.

Después de rebasar esos límites ya todo se podía esperar de Michael Jackson. El siempre niño está siempre en tela de juicio por supuestos abusos sexuales y ningún rincón de su casa y de su parque ha quedado libre de sospecha ante todo lo que el mundo puede esperar de una estrella tan alta como la de él.

Y, es que el estrellato da permisos que el público espera sean usados. Y los medios que satisfacen los anhelos circenses del público viven de reseñar y resaltar la morboinformación.

En esta trilogía no entran los artistas «normales». Para ser un artista que llame la atención de los medios, los críticos y el público, hay que ser distinto, rebelde o defender alguna «buena» causa.

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