¡Ni un paso atrás!

¡Ni un paso atrás!

Alguna misión importante que no se ha conocido, trajo por estos predios el político y escritor y revolucionario francés Regis Debray, enviado especial del presidente de su mismo país Jacques Chirac.

Es de suponerse su visita a esta isla propugnando el acercamiento a Haití, manifestado en su entrevista con el presidente dominicano Hipólito Mejía durante dos largas horas.[tend]

No se ha sabido el fondo de su intervención pero se especula que los galos quieren extender una mano de ayuda al depauperado Haití, su antigua colonia, pero condicionando esta ayuda a que los dominicanos abran su frontera para una masiva penetración de nuestros vecinos ya que allí las convulsiones sociales y políticas y económicas se fomentan con una fuerza terrible y demoledora.

Nosotros debemos estar alertas y recordar siempre que los haitianos aprovecharon la debilidad del gobierno de Núñez de Cáceres para invadirnos y dejar sentado su planta en nuestro suelo por 22 largos años de vejaciones y dominio.

Más tarde, después de la sacudida independentista de 1844, retornaron a sus sueños de exterminación y nos invadieron a su antojo por cinco oportunidades dejando su funesta impronta de sangre y crueldad.

Estremece recordar la ignominia del vejamen haitiano a los dominicanos en largos años de angustia sujetos a nuestra débil estructura política frente al poderío de un pueblo desenfrenado con el armamento más moderno de la época que le había arrebatado a los franceses comandados por Leclerc y Rochambeau.

Amparados en esa superioridad bélica cada vez que se les antojaba buscar nuevos horizontes para sus conquistas, cruzaban la frontera y penetraban en nuestro territorio al son de tambores y cornetas indicadoras de devastación y muerte.

Nos invadieron en 1801, 1805, 1822, 1844, 1845, 1849, 1855, 1856 y no lo hicieron en 1859 -después de grandes preparativos- porque ellos mismo derrocaron a Soulouque, gestor de la nueva intención de dominio a los dominicanos.

Frente a las descargas de los fusiles haitianos y el brillo amenazante de sus ballonetas, ofrecíamos una débil resistencia consignada en las gestas defensivas que provocaron la paralización momentánea del invasor haitiano. Determinaron pausas para contenerlos por un tiempo limitado mientras pendía de toda una población, radicalmente diferente a los habitantes del vecino estado, la constante amenaza de volvernos a ver pisoteados por la barbarie arrasadora de las huestes de Dessalines, o de un Soulouque que se gozaban con empapar sus manos en la sangre de los vencidos.

Después que el curso de los años nos dio relativa estabilidad para afianzarnos como país independiente y que adquirimos armamentos de superior calidad al de los haitianos, éstos reprimieron sus impulsos de dominio absoluto de la isla por la fuerza, amparados en la consigna de «la una e indivisible». Se sintieron achicados porque la superioridad del ejército dominicano podía aplastarlos.

Entonces frente a esa realidad insoslayable cambiaron de táctica, se recogieron en sus intenciones tornándolas por otra manera de dominio con la invasión pacífica al territorio dominicano. Oleadas de haitianos sin documentación alguna penetraron al territorio dominicano para tratar de imponer con el transcurrir del tiempo, la fuerza de una ley biológica incontrastable.

Así por la culpabilidad de las autoridades dominicanas se permitió que en todas las esferas del trabajo obrero nacional se introdujeran haitianos ofreciendo su mano de obra más barata que la del dominicano o instalándose en las principales ciudades de la República Dominicana con disímiles negocios. No pensaron en el gran problema que se nos creaba con esa invasión pacífica germen posible de la disolución del Estado Dominicano.

Ahora que se ha producido una reacción justa y en defensa de los más sagrados intereses de la nación, repatriando a los indocumentados haitianos -como se haría con cualquier otro indocumentado de otro país-, el arma esgrimida por nuestros ancestrales enemigos, matiza con otro carácter, pero al fin de cuentas con la misma intención agresiva; la campaña de descrédito internacional a la República Dominicana alegando maltrato y esclavitud a los residentes ilegales haitianos, para luego culminar con la grave acusación en el foro de las Naciones Unidas por el presidente Jean Bertrand Aristide, deja ver los propósitos que siempre han perseguido los haitianos para conseguir el dominio de toda la isla La Española.

Estamos frente a una realidad que hemos de afrontar con decisión y coraje.

Ni un paso atrás en ceder las sagradas prerrogativas nacionales, permitiendo que los haitianos del vecino Estado, se enseñoreen y culminen con lograr su sueño de siglos al hacer de la isla una sola entidad para la imposición decisiva de su pueblo.

¡Ni un paso atrás!

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