El acuerdo logrado en el Partido de la Liberación Dominicana, luego del período más convulsionado vivido por esa organización política y con el cual se despeja el escenario para la reelección del presidente Danilo Medina, aporta una serie de enseñanzas que merecen ser destacadas oportunamente. Una de estas es la ratificación de la supremacía de los organismos de dirección con relación a los actores individuales y sectoriales que integran al PLD. Los intereses colectivos de la institución están y siempre deben estar por encima de los intereses personales y grupales y así se evita ser víctima de la sentencia hecha por el uruguayo José Enrique Rodó cuando dijo: «los partidos políticos nunca se extinguen de muerte natural, sino porque se suicidan».
Si bien es cierto que los reglamentos y estatutos que norman la vida de los partidos están llamados a ser aplicados bajo cualquier circunstancia, el rol de los principales servidores (algunos prefieren llamarles líderes) es preponderante en momentos de hacer prevalecer el bien jurídico superior, en este caso, la institución. De ahí lo cierto del pensamiento peronista recordándonos que «los partidos políticos triunfan o son destruidos por sus conductores. Cuando un partido político se viene abajo, no es el partido político quien tiene la culpa, sino el conductor».
Ahora inicia una temporada especial en el PLD, cuando las heridas provocadas por la lucha fratricida deben ser sanadas y comenzar a cicatrizar.
Olvidar las diatribas lacerantes y restituir los afectos fraternos que permitan mostrar al electorado nacional un PLD monolíticamente unido en torno al supremo ideal de concluir la obra de Duarte, Luperón y los demás padres fundadores de nuestra patria, con el innegociable compromiso de construir una República Dominicana cada vez más justa, solidaria e incluyente, capaz de producir las riquezas necesarias para el bienestar colectivo de los dominicanos, pero para ello es necesario asumir que este proceso no ha dejado vencidos ni vencedores, sino un solo partido, dispuesto a enmendar sus errores y ofrecer lo mejor de sí al soberano pueblo.