Nicolás Guevara – La vigencia del macachicle

Nicolás Guevara – La vigencia del macachicle

Hay naciones donde el masticar chicle constituye un rasgo distintivo de su cultura, como la norteamericana por ejemplo. No obstante, el consumo de esta goma dulce es masivo en todo el mundo. Asimismo, en el transcurso del tiempo, diversos son los beneficios que los consumidores le han atribuido a esta golosina, algunos dicen que sirve para limpiar los dientes, otros alegan que neutraliza el mal aliento y no falta quien señale que puede disipar la tensión y hasta servir como estimulante para quienes tienen seco el paladar, o sencillamente como un ejercicio de la mandíbula. Pero también hay quienes ponen en duda algunas de estas presuntas cualidades, entre los cuales me incluyo, quizás porque después de un minuto de masticar la referida goma azucarada o dietética y hacer que desaparezca su sabor empiezo a ponerme de muy mal gusto.

Si bien es cierto lo del mal humor, mi aversión al chicle puede que también haya sido influida por un estigma generado en los años sesenta. Los que tuvimos la suerte de ver el mundo y despertar al razonamiento en esa época, sabemos que infeliz Macachicle» era uno de los insultos más populares en Santo Domingo de postguerra. No sé si en franca alusión a los invasores.

En particular, el mote le era atribuido a aquella persona que no trabajaba o lo hacía muy disimuladamente, pues se pasaba gran parte del tiempo en una esquina, parque o colmado opinando sobre todos los temas, principalmente de los que constituían la noticia del día en el barrio, la ciudad o el país. Sin embargo, personas como esta, habladoras por demás, se distinguían por su popularidad en la barriada y porque a simple vista evidenciaban falta de conocimiento elaborado como producto de una reflexión documentada o por lo menos prudente sobre los asuntos abordados. Hay quien piensa que este es un rasgo propio del ser dominicano, lo cual, por supuesto, no comparto.

Lo cierto es que ahora, después de cuatro décadas, el perfil del Macachicle ha evolucionado y ganado nuevos espacios en un contexto de vaciamiento del sentido de la vida en sociedad. Hoy día, por un lado, resultan evidentes la crisis de las ideologías y la ausencia de proyectos colectivos con horizonte de justicia, mientras que por otro lado, nos encontramos indefensos ante la presencia de un amplio proceso de saturación de información y desinformación vía medios electrónicos y que en ninguno de los casos llegamos a procesar críticamente. Parece entonces, que el escenario es sumamente propicio para el Macachicle, claro que más ilustrado que el de los años del bolero, el rockanrol, y el bugalú.

El contexto ha favorecido el protagonismo de este personaje, por ejemplo, la República Dominicana ocupa uno de los primeros lugares en el mundo en el consumo de telecomunicaciones. Según datos recientes de Indotel, a la fecha de la publicación en nuestro país hay 318 emisoras, 69 canales de televisión, 2,690, 566 unidades telefónicas y 82,518 instalaciones de Internet. Además, el clima político de aparente tolerancia en medio de esta profusión de medios electrónicos de comunicación, ha contribuidos a que tengamos una vida asediada por informaciones, comentarios parcializados, estrategias interactivas y una serie de programas de entretenimientos insignificantes para la espiritualidad humana. La situación planteada induce cada vez a más personas a hablar 24 horas al día con todo tipo de intención y asombrosa naturalidad; cualquiera se considera con las condiciones para orientar a la población en los más variados temas: deporte, farándula, política local, terrorismo internacional, economía, educación, intimidades familiares, etc. etc. Esto no estaría mal como punto de partida si se empalmara con aportes de profundización, lo cual ocurre muy escasas veces.

En resumen, personajes con el perfil indicado pululan en bancas de apuesta, colmadones, parques en desuso y en los últimos años su presencia ha tomado auge en ciertos programas de radio y televisión, tanto de opinión como de entretenimiento. Pero no importa en cuál escenario actúe, siempre sigue el mismo patrón: discutir como si estuviera en el patio de su casa o peor aún, en una gallera. En ocasiones, toma un aire de preocupación intelectual para caer en la misma vaciedad de la palabra. Pero se cree con autoridad frente a los demás, aunque sus juicios sean tan simples como una canción de Pimpinela. Definitivamente, la época es propicia para la legitimación del Macachicle, tanto presencialmente como de uno y otro lado de los medios de comunicación, incluyendo el uso del correo electrónico.

En realidad, este problema social merece ser estudiado con mayor atención, pues el Macachicle generalmente habla, más no escucha ni razona los planteamientos de sus interlocutores y mucho menos se planta revisar el propio. Parece ser incapaz de percatarse de que en la mayoría de las veces las posturas que asume sólo parten de sus sentimientos e intuiciones. Esto nos viene a revelar que se trata de un personaje que alberga toda la pasión pecualiar de un fanático o de alguien que habla para pasar el tiempo y llegue la hora del almuerzo.

En consecuencia, la tarea más urgente del momento consiste en discernir lo sustancial de lo insulso, lo valorativo de lo alienante en el tratamiento de los temas y en la vida de cada ciudadano y ciudadana. Requerimos entonces, de una mayor preocupación por cómo aprovechamos el ocio ante la trivialidad de la vida social y la sorprendente vigencia del Macachicle ilustrado.

Así, pues, asumo la responsabilidad por todo lo dicho, so pena de que se me mida y juzgue con la misma vara.

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