Nicolás II a un siglo de su muerte

Nicolás II a un siglo de su muerte

RETRATO DE LA FAMILIA IMPERIAL DEL ZAR NICOLAS II DE RUSIA. (FOTO SIN FECHA, AÑOS 10)

Heredero del imperio más extenso del planeta, que abarcaba desde el mar Báltico hasta el océano Pacífico, con más de 130 millones de súbditos, el último de los Romanov, Nicolás II, fue incapaz de gobernarlo.
Hombre débil, tremendamente indeciso, no poseía ni las aptitudes necesarias ni el temperamento de su padre, Alejandro III, pero pese a que no heredó la fortaleza de carácter de su progenitor, si adquirió de él una fe ciega en el poder absoluto de los zares, y creía en su derecho divino a reinar.

Nicolás II era un autócrata convencido, pero incapaz para los asuntos de Estado.
Las tareas de Gobierno le agobiaban, prefería el Ejército, por lo que intentaba evadirse todo lo que podía.
Posiblemente por estas limitaciones y por una desconfianza extrema que le llevó a prescindir de secretarios y consejeros, sólo se dejó influir por su esposa, la zarina Alejandra.

Fue a ella a quien dejó al frente del vasto imperio cuando él, en persona, se puso al frente de las tropas durante más de un año. Alejandra era madre de cinco hijos; cuatro hembras: Olga, Tatiana, María y Anastasia y, un varón, el pequeño Alexei, quien padecía hemofilia.
Conflictos. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, el zar condujo a un país exhausto a un conflicto que puso al límite los recursos y costaría 1.8 millones de vidas, superando a las otras potencias, y eso que Rusia se retiró quince meses antes.

En agosto de 1915 y tras las desastrosas derrotas sufridas por su Ejército, Nicolás II asumió el mando directo de las tropas y poco después cerró la Duma, dos nefastos errores que muchos contemporáneos, -como el historiador de origen polaco Richard Pipes, recientemente fallecido-, vieron como una “sentencia de muerte de la dinastía”.

Las derrotas militares serían desde entonces responsabilidad personal del zar y, sin parlamento, no habría manera para emprender un cambio democrático.
Con la imagen por los suelos, Nicolás II desaprovechó una oportunidad de democratizar su imperio.

En febrero de 1917 el pueblo ruso estalló. Más allá del mito de la revolución obrera -dice Pipes- la revolución rusa comenzó como un motín de soldados exhaustos, campesinos hambrientos y trabajadores de fábricas explotados hasta la miseria, a quienes, “para ahorrar dinero, las autoridades habían alojado en instalaciones superpobladas de la capital”.

La caída. La familia Romanov fue trasladada, entre finales de abril y mayo de 1918, a Ekaterimburgo, la ciudad más antizarista de Rusia y confinados en la casa Ipátiev, llamada por los rusos la ‘Casa del Propósito Especial’. Allí, ‘saqueados de sus pertenencias’, vivieron los últimos días de sus vidas.

Junto a los siete miembros de la familia permanecieron, hasta el final, su médico y cuatro sirvientes que tuvieron el mismo final que ellos.
Doce hombres, al mando de Yurovski formaban el grupo de verdugos que perpetró el crimen. Cada uno tenía asignada una víctima, solo dos de ellos se negaron a disparar a las mujeres.

La madrugada del 17 de julio de 1918 los Romanov y sus sirvientes fueron trasladados al sótano vacío de la casa y, pese a lo extraño de la situación, por lo visto nadie sospechó nada.
El zar fue el primero en caer y los demás le siguieron en cuestión de minutos. Varias de las hijas no murieron en el acto debido a que vestían doble corsé para esconder las joyas, lo que posiblemente amortiguó las balas y fueron rematadas a bayonetazos. Tenían entre 22 y 17 años. El pequeño, Alexei, de 13 años, intentó levantarse, pero Yurovski le remató con varios disparos en la cabeza.
Poco después de la ejecución de la familia, la ciudad de Ekaterimburgo cayó en manos del Ejército Blanco.

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