Este artículo será leído por personas de izquierda y de derecha; también por empresarios, profesionales, educadores, religiosos y por obreros. Entiendo que es difícil escribir con transparencia cuando existe un grupo que ya está inclinado hacia una ideología en particular. Sin embargo, mi responsabilidad es tratar de ser lo más objetivo posible. Y para tocar desde ahora la médula del artículo, dejo atrevidamente un axioma que proclama que Nicolás Maduro es la falsedad que encarna una ideología sin producir frutos y desarrollo en el pueblo venezolano.
Venezuela antes de Hugo Chávez fue llamada “El Millonario de América”. También, Venezuela fue llamada “La Venezuela Saudita”. Le decían así porque estaba experimentado un crecimiento económico, su infraestructura mejoraba todos los años. Antes de los 80 la clase media estaba creciendo, los venezolanos podían viajar con facilidad en el mundo entero. Como país sudamericano, llegó un tiempo que Venezuela era el país que consumía más whisky en toda Iberoamérica. Los venezolanos podían comprar hasta dos casas. Claro, no existe un sistema perfecto, y mucho menos en el contexto de una Latinoamérica socialmente construida en un mosaico cultural lleno de rabias, vicios y conductas que exageradamente van en desmedro de una democracia funcional.
Cuando en un país hay crecimiento económico sin rendición de cuenta, las cosas se vuelven caóticas ; precisamente eso fue lo qué sucedió en Venezuela; reinaba la corrupción, el clientelismo, comenzaron las protestas sociales, y en ese caldo de cultivo social surge un militar llamado Hugo Chávez; y un sindicalista, Nicolás Maduro Moros, elegido por Chávez para dar continuidad a una revolución que no es pragmática y sólo ha generado pérdidas en todas las áreas. Nicolás Maduro, de forma intencional ha trabajado para seguir en el poder, dividiendo a Venezuela con una ideología basada en sueños utópicos, siguiendo los pasos de otros países que hoy están desintegrados por la terquedad de figuras mesiánicas que abrazaron unos ideales para instaurar una libertad política y económica, pero nada de eso se ha materializado, sólo se ha generado pobreza y dolor. Podemos ver un Maduro distendido, actuando de forma chabacana, con una sonrisa halagüeña y al mismo tiempo seductiva; pero al mismo tiempo es un Maduro que se maneja con reticencia, representa el perfecto perfil del dirigente Latino en busca de su identidad a travez del poder político y económico. Maduro se ha visto en la disyuntiva de dos ideologías, la derecha y la izquierda; sin importarle la totalidad que es el pueblo.
Es que no importa si somos de derecha o de izquierda, si el líder de un país no produce cambios económicos, si la clase pobre no sale del ciclo de la pobreza, si la clase media no aumenta, si no existe seguridad ciudadana, si nada de esto sucede, entonces las ideologías deben ser reinterpretadas a la luz de las realidades de la sociedad afectada. Debemos recordar que la vida económica en Venezuela a colapsado desde el año 2013 y el pueblo venezolano anda como las abejas, desorientado por la contaminación ideológica que sigue afectando el olfato, impidiendo la capacidad de rastrear lo mejor para su sociedad.
Los que son de derecha o de izquierda, debemos recordar que las ideologías no pueden encarcelarnos, debe reinar el pragmatismo, no nos debemos enamorar de las ideologías, debemos enamorarnos de lo que funciona. El valor de un sistema político debe ser tomado en cuenta a partir si ayuda a nuestro país a establecer condiciones que mejoren el nivel de vida de la mayoría de su gente; y esa mejoría no se ha visto en Venezuela. Nicolás Maduro debe de dejar de soñar con las ideologías y ser más pragmático. Pero lo dudo, sus acciones van más allá del bienestar social, está atrapado en las redes del poder, y otro que no sea él debe romper las redes para liberarlo de sus acciones faraónicas y de su totalitarismo desproporcionado. Por eso no me enamoro de las ideologías.