NINA CISNEROS
¡Sobre los signos del sueño y el asombro!

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Manuel Nina Cisneros (1978) emerge como inesperado fabulador del asombro. En su adolescencia, inicia su “training” creativo en el taller del reconocido artista Dionisio Blanco y en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde asimila lecciones magistrales sobre los fundamentos del hecho plástico con Marianela Jiménez, Rosa Tavárez, Amable Sterling y Alonso Cuevas. “Terra Ventosa”, primera exposición individual-Museo de las Casas Reales (2004)-, en la que impactaron sus iniciáticas y sugestiva tentativas pictóricas, no sólo fue el pase recursivo ante la “prueba del laberinto” que supone la entrada a la nebulosa del “minimarket”  del arte local, sino también el estallido de un repertorio simbólico que admitía su lectura como inminente profecía estética.

Precisamente, en el trayecto hacia  los umbrales de esta segunda década del siglo XXI, la pasión, el compromiso de su concentración creadora en el taller, así como los efectos más resistentes de esta misma entrega, atraen el interés de coleccionistas informados y de la crítica especializada. Virginia Goris, por ejemplo, reacciona sensible, justa y en plena lucidez, aportando un texto básico: “La frase de Salvador Dalí que dice: ‘El pintor no es un ser inspirado, sino alguien en condiciones de inspirar a los demás’, cobra sentido en la obra de Nina Cisneros en cuya impronta reconocemos un derroche de metáforas fosforescentes, agigantadas todas o sumisas al dominio de una textura dúctil, quimérica, difuminada, moteada…Caribeño militante, la obra de Nina Cisneros está enriquecida por los mitos y leyendas del arco antillano”…(Listín Diario, 5/4/09).

Desde una mirada despejada, la obra de Manuel Nina Cisneros se abre a  la posibilidad de una lectura como súbita adición y resultado paradigmático de la posmodernidad artística en Santo Domingo en tanto su actitud y práctica creadoras implican la hipermímesis constante. La transmutación y polisíntesis de las formas e ideas estéticas neoclásicas y constructivistas, así como una ruptura íntima con el dogma surrealista de la “intención catártica”. Su universo visual, estalla como “itinerario límite” entre el sueño, la ironía y la sorpresa.

De esta manera, Nina Cisneros  adhiere una propuesta renovadora del “espíritu surrealista” como constante fructífera en la tradición pictórica dominicana de la modernidad. Espíritu  materializado de manera sublime en aportes pictóricos axiales como los de Eugenio Fernández Granell y Jaime Colson. Espíritu que arderá en su máximo esplendor en poéticas  pictóricas donde las formas de lo objetivo adquieren “niveles alterados” de especialización simbólica: Iván Tovar, Dionisio Blanco, Manuel Montilla y Alonso Cuevas.

Octavio Paz definió el Surrealismo “más como una actitud del espíritu humano” que como uno de los movimientos artísticos de mayor incidencia en las prácticas artísticas capitales del siglo XX. La de Manuel Nina Cisneros es una actitud ética y existencial que florece y trasciende como  propuesta estética de radical filiación surrealista. Y aunque procede de manera  brillante en su inmersión en los recintos del inconsciente, la cuestión se torna inevitable: ¿acaso ejecuta Nina Cisneros su audaz taumaturgia pictórica, exclusivamente -con la intención única de  sacar a flote sus contradicciones ontológicas- como en una especie de performance autoterapéutica o como en un acto de plena liberación síquica?

La primicia del joven artista sancristobalense consiste en que la suya es una pulsión que al mismo tiempo abreva en los signos de la alquimia o lo ancestral y explora los procesos de mutación cultural de la posmodernidad. Pero Nina Cisneros es un artista que nació con su vocación  y su talento. El no rememora ni reapropia. Imagina. Inventa. Sus pinturas,  traslucen frescura y espontaneidad, así como la reactivación de un poderoso mundo interno y una “rebeldía molecular”. A nivel conceptual, su práctica estética destila audacia recursiva y consciencia de oficio.

En la mayoría de las pinturas recientes  de Manuel Nina Cisneros convive la fauna híbrida con deidades míticas, traspasando espacios fantasmáticos y mixtificados. Estas pinturas nos seducen de inmediato por su luminosidad, frescura estética y fertilidad imaginativa. Entre las más notables habría que apreciar las tituladas “Bosque antillano” (2011), “Largo amanecer” (2010), “El prestamista”(2012), “Lago memorial” (2011), “Atemporal” (2011), “Uno que viene otro que va” (2012), “Vuelta atrás”, “Recolector de luces”, “Hombre alado en espacio atemporal” (2012), “Cazadora de estrella” (2012) y “Tren sobre rieles despejados” (2010).

En estas pinturas ya no hay atmósferas crípticas ni visiones perturbadoras. Sólo fantasía, inquietud, enigma y preciosismo.  Y habrá de ser árida toda  hermenéutica crítica que se obsesione con el “desciframiento” de sus contenidos objetivos. Mitos y leyendas populares del Caribe y de América se entrecruzan con los cuentos de hadas europeos; con una asombrosa multiplicidad de signos mágico-mitológicos  y otras tantas imágenes que germinan en los sueños, el inconsciente y la memoria. Imaginario deliciosamente fictivo e inasible a través del cual Nina Cisneros persiste en la ofrenda de una dicción plástica  efectivamente excepcional entre sus contemporáneos.

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