En mis años de escuela intermedia, en ese período de transición entre la infancia y la adolescencia, recuerdo que hacíamos bromas a nuestras compañeritas mostrándoles una hoja de papel con tres penes dibujados, uno pequeño, otro mediano y uno grande, les preguntábamos cuál les gustaba y la respuesta inmediata de cada una de ellas, casi en la totalidad de los casos, era ninguno; pero resulta que en el reverso de la hoja teníamos dibujado un pene enorme, más grande que los otros tres juntos, con un letrero que decía Ninguno y al mostrárselo le preguntábamos: ¿Realmente te gusta Ninguno…. barbaraza? Imaginen el resto.
Para las próximas elecciones todas las encuestas han planteado que la mayoría de los ciudadanos (entre el 40 y 45%) responden a la pregunta de por quién van a votar con la palabra ninguno, quedando evidenciado que, si Ninguno fuera realmente el nombre de un candidato, ganaría fácilmente el certamen electoral.
Esa realidad evidencia una grave falta de confianza de la población en los candidatos y/o procesos electorales. No hay pasión política. A ninguno se odia tanto como para joderlo votando en su contra, pero tampoco ninguno se hace respetar, querer o necesitar tanto como para esforzarse haciendo filas o coger lucha para darle un voto; no hay fanatismo motivador; lo que existe es un desprecio colectivo que no llega al odio y se traduce en una indiferencia que dará un triunfo arrollador a Ninguno, un candidato imaginario y tan caricaturesco como el del reverso de la página que mostrábamos a las compañeritas. En la escuela querer a Ninguno era un juego; preferirlo ahora es una desgracia que no sabemos cuánto durará.