Niños chilenos pobres aprenden cine en singular taller

<P>Niños chilenos pobres aprenden cine en singular taller</P>

SANTIAGO DE CHILE. AP. Cuarenta pasajeros se disponen a iniciar un corto vuelo. El comandante y dos azafatas se dirigen a ellos.“Les habla el capitán. Por favor les pido que no se paren. También van a venir las azafatas y les van a dar un snack (bocadillo), así que disfruten del viaje”, dice el comandante del vuelo imaginario que lleva como pasajeros a niños de una empobrecida población de un suburbio de Santiago.  

El vuelo es parte del juego con el que Alicia Vega, una ex académica, enseña a sus pequeños alumnos del taller de cine que cada sábado desde hace 27 años dirige para niños de entre cinco y 11 años.  

Pese a sus 83 años, Vega enseña en medio de un grupo de monitores durante dos horas. Este año el taller funcionará por cuatro meses en la población Lo Hermida, en el sector oriente de Santiago.  

El vuelo. Está inspirado en la película de dibujos animados “Avión loco” de Walt Disney, que momentos antes vieron los 40 niños que ese día asistieron al taller. Las sillas de la sala han sido colocadas como una cabina de avión y la pared fue cubierta con cartones que simulan las ventanillas de un nave.  

El comandante del vuelo es Benjamín Ortega, de 9 años, que nunca ha ido a un cine y a quien acompañan dos niñas vestidas como azafatas que reparten una colación y dulces en una sala del centro comunitario Cristo Joven de Lo Hermida.  

Durante el vuelo los menores ven “Fantasmagoria”, el primer filme de dibujos animados realizado por el francés Emile Cohl en 1908, de sólo dos minutos.   Concluye la exhibición y Ortega agradece y se despide de sus pasajeros.  

“Fue una experiencia muy bonita. Lo que me gustó fue atender a mis pasajeros”, cuenta a The Associated Press.

El taller. Dice que en el taller que concluye en septiembre “lo que más he aprendido es cómo son las películas, cómo se hacen y cómo fueron antes”.   Desde hace más de dos décadas la ex profesora universitaria de cine realiza los talleres para niños de sectores empobrecidos y a menudo conflictivos.

El lugar elegido este año es un centro comunitario y colegio de enseñanza básica en la población Lo Hermida, donde durante las protestas antigubernamentales la policía no logra ingresar y en la que entre sus pobladores se mezclan traficantes y delincuentes, muchos de ellos menores.  

Allí también se filmó 24 años atrás el documental “Cien niños esperando el tren”, que registró la labor de Vega con los niños.  

“Se trata de darles a conocer cómo se maneja la imagen aprendiendo en forma entretenida”, cuenta Vega.  

Además de aprender sobre historia del cine y cómo se realizan las películas, los niños dibujan y se entretienen.  

Vega sostiene que el taller “ayuda a que (los niños) tengan una autoestima mejor y que (aprendan que) uno tiene valores, que amplía su conducta y que se puede mirar con más optimismo” el entorno en que viven, muchas veces con padres que golpeadores o ebrios.  

“Mi intención nunca fue convertirlos en directores de cine sino que se transformen en mejores seres humanos, que se descubran a sí mismos”, dice Vega.  

Además de aprender términos como primeros planos, plano americano o fundido, entre otros, los pequeños dibujan sus versiones sobre una película que previamente han visto y que les son proyectadas en zoótropos o taumátropos.

Impresionante. También practican sus tomas con cámaras de cartón.   “El zoótropo fue lo que más me impresionó, porque nunca imaginé que una imagen inanimada pudiera tener movimiento”, recuerda Leonardo Veliz, de 38 años, que vendía cordones de zapatos en la calle cuando asistió al taller de Vega en 1987 y que hoy trabajo como técnico electricista.  

“Estaba sorprendido de ver cómo se hacen las películas o descubrir que las primeras eran mudas. Las clases despertaron mi curiosidad… Eso me ha ayudado en mi trabajo”, dice.   Lo Hermida es la población “que más sufrió con la dictadura.

Detuvieron a mucha gente y la gente joven que se oponía fue detenida”, apunta Vega, quien inició sus talleres convocada por la Iglesia Católica cuando Chile todavía estaba regida por la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).

Posteriormente se independizó y comenzó a realizar por su cuenta los talleres, que ha llevado incluso a localidades del interior del país.  

Vega, que asegura que continuará con su taller hasta la muerte, sostuvo en su libro de reciente aparición “Taller de cine para niños” que a veces debe lidiar con niños rebeldes o que se roban algunos de los materiales o dulces que les reparten.  

El libro. En una conflictiva población, recuerda el libro, los niños llegaban armados con cortaplumas y la obligación era dejarlos clavados en un panel antes de ingresar al taller.

Otra vez un menor robó los chocolates que debían ser repartidos, pero tras la reprimenda se arrepintió y volvió a entregarlos.

El libro también registra la experiencia contada en pocas y simples palabras por los propios niños.  

Los niños “están acostumbrados a que no los escuchen en su casa, a no tener opinión. Cuando vuelven y le cuentan a sus padres lo que aprendieron en la clase se transforman en protagonistas”, dice Vega.  

“Lo sigo haciendo porque veo en la cara de los niños que cada año, con cada experiencia, alcanzan objetivos que nunca hubieran imaginado”, dice Vega. “Los padres me cuentan que se concentran más y les va mejor en la escuela y que están más felices”, agrega.  

Uno de los problemas que aqueja cada año a Vega es obtener financiamiento para el taller, que tiene un costo equivalente a 12.000 dólares.

Los recursos. A veces obtiene recursos de parte del Estado y otras veces, como este año, de la mano generosa de un donante particular anónimo.   Veliz compró este año un proyector como el que se usa en el taller para mirar películas junto a su hija Zara, de cuatro años, mientras comen palomitas de maíz.  

“La tía Alicia nos enseñó que las películas tienen un comienzo y un final, y en buena medida así es la vida. Pero lo que pasa en la película de la vida depende de nosotros… Hay que enseñarle a los niños a soñar. Alicia hace eso y su legado es enorme. Somos tantas generaciones y la película sigue rodando”, sostiene el joven.

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