La ausencia de verdaderas políticas orientadas a abarcar todos los trastornos de aprendizaje son un freno para tantos estudiantes de escasos recursos fuera de aulas
Las deficiencias, la falta de herramientas para manejar casos de estudiantes con dificultades para la lecto-escritura, son materia pendiente del sistema educativo que lo convierten en excluyente y que claro, impactan de manera muy incisiva a los niños más carenciados en el plano económico.
Ingrid Castro, que urge de un centro para su hijo, tiene bastante material acumulado para exponer esta realidad. Al niño de 11 años, diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDHA), le cuesta aprender a leer y a escribir.
Al principio todo funcionaba en el colegio especializado en el que lo inscribió. Su vástago poco a poco asimilaba.
Mas, llegó el pero, la reducción del presupuesto de esta madre convirtió la academia en incosteable.
“Es muy caro, no podía seguir con el pago, me queda muy retirado y gastaba mucho dinero en taxi y pasaje de guaguas”. Narra así el esfuerzo con el que saldaba la matriculación.
Colocado en plantel común, registra atraso y como si no bastara, en ese lugar, el Marillac, la alertaron de que nada más lo aceptarán por este año lectivo y que debe buscar uno para su situación, porque no están preparados para atender este caso.
Esto retrotrae la situación a foja cero, a que con el periplo para buscar espacios, la desolación vuelva a imponerse en este drama que afecta igual a tantas familias y para el que el Estado aún no forja políticas públicas eficientes, esquemas funcionales.
Espacios estatales
Ingrid Castro no puede más que asombrarse cuando le indican que recurra a las escuelas públicas, de las que tanto han pregonado las autoridades las aulas especiales. Conoce bastante el engranaje. Lo aprendió a fuerza, por el viacrucis que afronta de sitio en sitio para hallar cupo.
“Esas menos están preparadas para un niño con alguna situación para asimilar. Las especiales a las que fui son para problemas más serios que los del mío. Tiene retraso de aprendizaje. Son para niños con condiciones especiales avanzadas”, observa esta progenitora, a quien la amarga experiencia confiere veteranía.
Ahora el reto es conseguir un colegio que rinda resultados y no devore sus ingresos. Uno de esos en los que cada alumno recibe la atención que necesita su diagnóstico. Confía en que su relato permita al Estado un reenfoque hacia la inclusión verdadera, por el bien de tantos chicos.