Niños que trabajan no tienen tiempo de estudiar

Niños que trabajan no tienen tiempo de estudiar

POR LLENNIS JIMÉNEZ
Mudando los dientes tuvieron que convertirse en limpiabotas y a su corta edad emprenden diariamente un viaje sin destino fijo en busca de los clientes a los cuales les lustran los zapatos hasta ganarse los RD$100 que entregan a sus madres como aporte al presupuesto de la familia.

Recorren diariamente más de seis kilómetros a pie, con la inocencia grababa en sus rostros. A pesar del sacrificio y el trabajo, conservan la sonrisa, que ante cualquier pregunta les hace mostrar sus dentaduras.

Uno de ellos, apenas lee frases cortas y no sabe escribir, pese a ser promovido a cuarto curso de la primaria.

José, con 11 años de edad, y su hermano Juan, de diez, ya saben de los esfuerzos que hay que hacer para levantarse bien temprano en la mañana, pero ambos desean ayudar a sus padres a construir su casa bloques.

Bajo lluvia, sol o cualquier otro clima, los pequeños salen a las calles a trabajar, con la única protección de Dios, a quien se encomiendan y oran el salmo 91, el cual José, que es cristiano recita de memoria: El que habita al amparo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente». Con esta plegaria, José pide a Dios antes de salir de su vivienda protección, potencia y optimismo.

José y Juan son vivarachos. Con alegría y entusiasmo hacen del trabajo una labor placentera, que como todo menor, mezcla con el juego, corriendo y saltando por los espacios públicos.

José y Juan, hermanos de padre y madre, residen en Los Alcarrizos. Su padre es vigilante nocturno y su madre, que anteriormente trabaja en la calle, se dedicó a los quehaceres domésticos y a atender a su pequeña de 23 días de nacida.

INOCENTE

Juan es ingenuo y corto de palabras. No  recuerda el nombre de su escuela, ni la edad que tenía cuando fue inscrito, tampoco su fecha de nacimiento. Se levanta a las 7:00 de la mañana a ayudar a su madre con la recién nacida, a la que dice lavarle los paños a mano.

En su agitada y corta vida a aprendido la dureza de la pobreza. Descansa a partir de las 12:00 de la noche, cuando terminan las labores del hogar. No tiene mucho estimulo para estudiar. Lee con dificultad, articulando las sílabas pausadamente. No logra pronunciar las palabras completas de un texto y ante los infructuosos intentos por decir un párrafo, su hermano afirma que Juan estuvo muy descuido con los estudios.

Juan va a la escuela José Martí de Los Alcarrizos a la tanda de las 2:00 de la  tarde. El pequeño ve la  televisión en la casa del amigo que lo ayuda a realizar la tarea, porque el dinero no les da  para adquirir uno de estos aparatos.

Se transportan gratuitamente en  los autobuses de la Oficina Metropolitana de Autobuses (OMSA) desde Los Alcarrizos al centro de la capital. El resto de su camino lo hacen a pie.

EL AVISPADO JOSÉ

José, perspicaz y alegre, es el segundo de los ocho hermanos. A su corta edad se define como cristiano pentecostal. Ha predicado en dos ocasiones en la iglesia del sector Las Mercedes. Con poco tiempo para soltar la caja de limpiabotas que su padre le compró por RD$150, recibe enseñanza bíblica los fines de semana.

Con la expresión propia de un joven y una pronunciación casi perfecta, José, que cursa el sexto curso, cuenta que le gustaría trabajar en una oficina, frente a una computadora.

Por necesidad, José aprendió a cocinar la comida que su padre y su madre comían al mediodía. Su hermana mayor, de 17 años, trabaja en una casa con dormida. «Compro la carne y la sazono. Hago guandules o habichuela y arroz».

Lo que más le molesta de los adultos necios es que les pasen las manos por la cabeza y le halen las orejas. Su madre  le recomienda que se cuiden de la  gente mala.

No tiene tiempo para ver los muñequitos en la televisión porque la iglesia le ocupa mucho tiempo, pero repudia las parrandas que dice que los jóvenes realizan en su sector. «Cuando oro le pido a Dios que me dé obediencia,  que me de calma, porque me quiero explotar cuando me enfurezco».

Con propiedad afirma que no se considera un niño sano «porque nadie es sano». Considera que es de delincuente apostar el dinero, tomar alcohol y matar a otro. José dice que quiere ser como es, no como los hombres que ha visto en su barrio.

TRABAJO INFANTIL

José y Juan forman parte del grupo de 17.7% de los niños, niñas y adolescentes de la República Dominicana, que según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) están ocupados en algunas actividades económicas en edades entre cinco y 17 años.

El informe, basado en datos de las Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI-2000), establece que los menores de edad son inducidos a trabajar por razones económicas, sociales y culturales. De ahí que, la aceptación del trabajo infantil, señala el estudio, es lo habitual en hogares en situaciones de pobreza o indigencia. Los pequeños expuestos a estas labores son víctimas de agresiones verbales, de la explotación por exceso de faena y de la delincuencia. Entre las consecuencias que les reporta estas actividades están los problemas de salud, el acoso sexual con ofrecimiento de dinero y en el peor de los casos, que se exponen a que se les incentive a consumir droga.

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