La Junta Central Electoral (JCE) y otras entidades han estado planteando la posibilidad de que se produzca un alto índice de abstención en las elecciones congresuales y municipales del 16 de mayo de este año.
Diversos factores influirían para provocar este ausentismo y habría que citar entre los principales la pobre calidad del discurso de los candidatos y la forma en que muchos que ganaron nominaciones en buena lid fueron reemplazados por gente designada «de dedo».
Nosotros creemos que no debería haber abstención ni siquiera en el caso de que muchos votantes no se sientan atraídos por las ofertas de los partidos políticos y sus candidatos.
Muy pocas veces los gobernados de los países tienen la oportunidad de participar en la toma de decisiones tan importantes como la de delegar poder y autoridad para contribuir a la administración del Estado.
La abstención es una forma irresponsable de evadir el compromiso que asumimos al acoger el sistema democrático como sistema de gobierno. El abstencionista no decide nada, pero delega en otro su derecho a decidir. Es un ciudadano que permite que otro piense y decida por él.
La mejor consigna sería acudir masivamente a las mesas electorales y expresar mediante el voto nuestro respaldo a los candidatos de nuestra preferencia. O, en otro sentido, expresar por los mismos medios nuestro rechazo y disconformidad.
Lo que vaya a parar a los gobiernos municipales y a las cámaras legislativas es lo que los ciudadanos elijan. La abstención lo más que logra es favorecer a candidatos sin grandes simpatías y con pocos méritos, que pueden alcanzar posiciones sin necesidad de un alto número de votos, en base a la proporcionalidad.
Como ciudadanos de un país democrático debemos tomar conciencia de que es preciso usar nuestra autoridad manifestándola a través del voto, preferiblemente a favor de los buenos pero, si fuese necesario, para castigar a los que carezcan de méritos.
Buen barómetro
Los inmigrantes radicados en los Estados Unidos pondrán a prueba mañana qué tan significativo es el peso de su contribución a la economía de ese país.
El boicot para demandar una reforma de política migratoria que permita legalizar la permanencia de doce millones de indocumentados en territorio estadounidense puede ser el mejor barómetro para esa medición.
Es probable que un país con tantos adelantos como Estados Unidos tenga, en teoría, una idea aproximada del peso de los inmigrantes en la economía, pero aún con esos adelantos es difícil aproximarse a la realidad de los efectos de una «ausencia» masiva y repentina de millones de trabajadores que no acudirán a sus centros de trabajo.
Existe desde hace tiempo la sospecha de que sin el trabajo de los inmigrantes la economía estadounidense sufriría un duro revés. El boicot de este lunes podría sacarnos de dudas y forzar cambios significativos en el trato hacia los inmigrantes en ese país.