No a la  violencia  contra la mujer

No a la  violencia  contra la mujer

En nuestra sociedad se ha puesto de manifiesto algo que debería marcar el principio del fin de una cultura maligna que se expresa por medio de  violencia contra la mujer. En la Capital, Santiago, Bonao, San Cristóbal y otras poblaciones se efectuaron el miércoles marchas bajo el lema  “Tolerancia cero hacia la violencia contra las mujeres”. En esta fecha  se conmemora el “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, consagrado por la ONU tomando como parámetro de horror el asesinato de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal.

La violencia contra la mujer es un rasgo del machista sentido de posesión inculcado por  antepasados desde tiempos inmemorables a nuestros hombres, y de sumisión y obediencia a la mujer. Es ese sentido de posesión y el hecho de que los distintos gobiernos no hayan trabajado para contrarrestarlo, lo que arroja como resultado tanta agresividad contra la mujer. La  indiferencia de las autoridades agrava las cosas.

 Es necesario que el repudio a la violencia contra la mujer sobrepase con creces las manifestaciones y discursos. Hay que mancomunar todas las disciplinas necesarias para trabajar de manera sistemática y seria para desterrar esta cultura primitiva que arroja saldos desgarradores cada año. Tolerancia cero a la violencia contra la mujer debe ser una filosofía de todos los días.

¿Insensibilidad o indiferencia?

Por vías muy diversas y a veces con pelos y señales, personalidades y organismos a los que se atribuye autoridad moral afirman que en nuestro país se cometen actos indecorosos en los que se involucra personal oficial.

Soborno, extorsión, tráfico de influencias y formas variadas de corrupción atribuidas a personal oficial, constan en informes de organismos  y declaraciones de personalidades nacionales y extranjeras. Nada de esto arroja consecuencias.

Habrá que averiguar si se trata de insensibilidad o indiferencia, pero lo cierto es que ni siquiera la sospecha legítima de que alguien anda en pasos de dudosa reputación,  rompe la inercia de nuestras autoridades en procura de transparencia o de salvar la honra de quien haya sido señalado.

Actuamos con la ceguera propia de aquellos que, aún teniendo ojos, se empeñan en no  ver.

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