No abandones tu tierra

No abandones tu tierra

MANUEL A. GARCÍA SALETA
Permítanme reproducirle un fragmento de un libreto que escribió mi padre el Ing. Juan Ulises García Bonnelly, en el 1937, poco tiempo después de haber salido de la cárcel de Nigua y enviado a residir a la ciudad de Azua, ciudad que nos recibió con cariño y solidaridad. Eran épocas difíciles.

Tan pronto mi padre llegó a esa ciudad, se dio cuenta el afán de los campesinos azuanos, tratando de irse para la Capital buscando mejorías y que fue el comienzo la migración masiva de los campesinos hacia las ciudades, especialmente hacia Santo Domingo.

Preocupado, visualizaba ya el problema que esa situación iba a producir por la presencia de los campesinos en las ciudades importantes del país, decidió escribir un libreto exhortando al campesino a no abandonar su tierra. Esta parte dice lo siguiente:

«¿Dónde vas a encontrar vida mejor, ni más libre, ni más sana ni más reposo y descanso sosegado y ameno, ni felicidad más luminosa y pura, que en el noble y grande señorío de tu fundo, que en tu humilde, florida y galana casa de campo, pintada de rosa y azul, que se pierde, como un rayo de sol, entre inmensos campos de esmeralda, reverdecido en cada aurora que pasa, por el poder creador de tu brazo tenaz e infatigable?. ¿Dónde puedes encontrar amores más puros, más, manos más tiernas, paz más llena de emociones elevadas, que los que ha puesto la Providencia en el seno de tu honrada familia, y en la esplendorosas bellezas de tus campos cultivados?.

Te mantendrás grande en medio de las adversidades que la naturaleza siembra en tu camino, si tienes siempre a Dios sembrando su gracia en tu corazón; ese Dios que, aunque es invisible para tus ojos e impalpable para tus brazos, está palpitando a toda hora en la intimidad de tu ser, y está presente, en todos los segundos de vida, y en los cielos y en la tierra, en el llano y en la montaña, en la lluvia, en las fuentes y en los ríos; en el tenue fulgor de las estrellas, y en la luz fuerte y cálida del sol. Mientras el pensamiento en Dios florezca en la hondura carnal de tu pecho, y palpite luminosa, incorrupta, y santificada la piedad cristiana en tu conciencia y en tu voluntad, no faltará, para sembrar, para recoger cosechas abundantes, y ocuparás un plano elevado y digno de nobleza y de virtud en la Patria que estarás ayudando a engrandecer y hacer más próspera y feliz, trabajando y cultivando con fe la fértil superficie de tu pequeña o grande hacienda.

El mundo fue creado por la oración hecha Verbo y con el trabajo convertido en hechos, por Dios. El trabajo y la oración son hoy, y seguirán siendo siempre, los recursos más poderosos empleables en la edificación moral de los hombres y en la construcción incesante del progreso. El que trabaja está, pues, orando. Une siempre, hombre del campo, el trabajo a la oración y la oración al trabajo, porque así abrirás tu pensamiento y tu corazón al papel creador de vida que la Providencia te asignó desde que nacieron los cielos, el sol, el agua y la tierra.

Trabajando y orando aprenderás, hombre de campo, a amar la paz, la seguridad social, el valor de la inteligencia, al precio armonizador de la justicia y la trascendencia de la libertad. Ayudarás, con esta conducta a que brille en la conciencia de tus hijos el Dios de la Verdad, que no es un Dios de conquista, ni de violencia, ni de arrebatos, ni de pasiones, ni de brutalidad, sino de fraternidad y de concordia; es el Dios de esa Paz permanente que se funda en el bien; paz tranquila, firme, estable y duradera, porque es Paz santa, Paz generosa, Paz de ley, y, al mismo tiempo, Paz de Evangelio, que es la de la misericordia para el error, la de la justicia para el crimen. Esa es a la que tu aspiras cuando trabajas, cuando siembras, cuando sueñas, para que el Padre Nuestro esté en los cielos y al mismo tiempo en el corazón de los hombres; porque es la que, bendiciendo el pan honradamente ganado, hace renacer a cada instante que pasa la fe cristiana, y la que derrota en todos los campos de lucha el Satanás del Materialismo que quiere desplazar al Dios común, para establecer definitivamente su imperio fatídico en el mundo.

Quédate ahí donde estás, sea planicie valle o montaña, la ubicación de tu fundo. Sueña ahí, entre los tuyos, y vierte la copa de tus esperanzas en el pedazo de tierra que te vio nacer, y que guarda en su seno ese secreto potencial y divino de la creación, que se revela en toda su fulgente capacidad cuando tu mano entusiasmada ara, azadona, rastrilla, riega las semillas, y espera que el suelo fecundo le devuelva, pródigo como siempre, un millar de granos por cada uno de los que arrojas en el surco con decisión de hombre bueno, y con esperanza infinita que no desmaya jamás. No abandones tu campo, no abandones tu libertad, no abandones tu paz señorial, hombre del campo.

Esto fue lo que nos enseñó nuestro padre. Su lucha por la protección de los ríos, de los bosques, de las montañas y sus áreas verdes, fue permanente y continua hasta la hora de su muerte. Su ejemplo ha sido nuestra guía.

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