No acortemos la vida por alargar el placer

No acortemos la vida por alargar el placer

SERGIO SARITA VALDEZ
En el mundo hispano parlante existe un viejo adagio que expresa una verdad de Perogrullo: las cosas extremadamente placenteras a menudo suelen causar daño. Este proverbio aplica en gran medida al tema del uso y abuso de las bebidas alcohólicas. Poca gente concibe una ocasión festiva en la que esté ausente el Dios Baco. Los momentos de grandes emociones suelen celebrarse al compás de rebosantes copas de licor. Lo peligroso del caso es que una inmensa mayoría de personas sabe cuando se inicia la juerga pero no todos saben exactamente el instante en que se detiene la bebentina.

Lamentablemente el problema no radica en el aislado episodio de una parranda, sino en la escondida incubadora del hábito al trago puesto que el usuario empieza a repetir a intervalos cada vez más cortos las reuniones sociales que como excusa se realizan con el mórbido propósito de empinar el codo. Si contáramos con la información de que hay una relación directa entre la incidencia de cáncer de boca y garganta con el uso prolongado del etanol entonces es muy probable que titubeáramos un poquito antes de ingerir un trago de ron o un vaso de cerveza.

Estudios recientes indican que el metabolismo del alcohol etílico genera unos derivados químicos de acción biológica cancerigena lo cual contribuye al aumento de la incidencia de tumores malignos de esófago, estómago, colon, mama y próstata, entre otros. El acetaldehído es una molécula intermediaria en la desintegración del etanol a la cual se le implica en la injuria hepática y la fibrosis que sigue al alcoholismo crónico. Es bien conocida la degeneración cancerosa en los hígados cirróticos.

La participación de la mano siniestra del estimulante fermento de carbohidratos en la conducta violenta que tan frecuentemente concluye en homicidios, irreparables accidentes y lamentables suicidios se manifiesta a diario en el drama de violencia presente en el hogar, la calle, sitios de diversión y ahora hasta en las áreas de trabajo.

Lo atractivo y lo embrujador de los anuncios comerciales en las pantallas de cine, televisión, vallas y demás formas de publicidad conocidas hacen que sea muy superior el efecto del bombardeo informativo induciendo a nuestra juventud al uso del alcohol que el  que tendría una que otra charla o tenue conversación en el aula universitaria relatando los maleficios orgánicos, psicológicos, sociales y ambientales de dicha droga.

Cada fin de semana se produce un sinnúmero de muertes violentas evitables gracias a la indulgencia en el beber. Las víctimas son casi siempre jóvenes que pudieron vivir sesenta o más años. Desperdiciamos así el tesoro más hermoso y valioso con que cuenta el país, su juventud. La tragedia del trauma vehicular deja una alta morbilidad y mortalidad de consecuencias cada día más comunes y severas.

El hecho de que se haya vuelto una prioridad de salud el tener que construir más centros hospitalarios para la  atención a los accidentados es una muestra concreta del mal que venimos denunciando. Agreguemos a ello las dolencias gastrointestinales, el cáncer y los trastornos psiquiátricos de la dipsomanía para completar de ese modo un cuadro dantesco de fondo baquiano.

Hay placeres que matan y el alcoholismo es uno de ellos. Hay gozos que acortan la existencia de los seres humanos y la bebida es un ejemplo muy elocuente. Promover hábitos sanos para prevenir los grandes males del mañana es tarea de todos.  Más vale una dosis de prevención que un millar de dosis para curar. Educando a los niños y orientando a nuestros adolescentes ayuda a crear las bases para una sociedad futura con mejor y mayor calidad de vida. Alarguemos el camino terrenal y transitémoslo con alegría sana sin pretender acortarlo con trágicos goces del momento.

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