El país esperará con gran preocupación, expectante, el resultado de las investigaciones emprendidas tras los testimonios que indican que dos acusados de secuestrar al joven Eduardo Baldera fueron apresados vivos y luego fusilados, y que una vez más la etiqueta de intercambio de disparos habría de resultar falsa. Independientemente de ese resultado, es hora de advertir que la sociedad dominicana necesita una decisiva actitud de sus autoridades. Es necesario encontrar una política de verdadera seguridad ciudadana que evite las dudas que con frecuencia surgen por las denuncias de alegadas acciones sumarias contrarias a normas fundamentales del nivel de civilización en que se supone nos hallamos.
Los hechos de esta naturaleza han mantenido su recurrencia por una injustificada flexibilidad de los mecanismos del Poder y la Justicia obligados por el Estado de derecho que representan a reaccionar con investigaciones que vayan más allá de apariencias y de los informes de los propios participantes. De alguna manera, y sobre todo por omisión, la autoridad civil parece permitir que tenga vigencia el criterio de que se puede combatir a la delincuencia pisoteando, como ella, principios universales de respeto a la condición humana. Pero esa igualación lo que tiende a generar es espirales de violencia, envilecimientos y crueldades.
Débil apoyo a labor anti droga
Un retraso que el gobierno debe resolver ya: dejar tres meses consecutivos de entregar recursos asignados a instituciones que bregan contra los efectos del consumo de estupefacientes, una lucha difícil afectada por la precariedad de medios aunque el Estado esté al día. En el país la adicción a narcóticos se adquiere a edad cada vez más temprana. La mayoría de los delitos están relacionados con el tráfico y uso de tales sustancias. Por tanto, los tribunales y las cárceles tienen buena parte de sus espacios copados por delitos de ese renglón de todas las magnitudes.
Desamparar entidades que abren sus puertas a ciudadanos con problemas de conducta por drogas aumenta la vulnerabilidad de la sociedad a ese flagelo. Una hiedra que se extiende para alcanzar a ciudadanos de todas las clases. Que nos amenaza sin tregua a todos. Combatirla no puede dejar de ser una prioridad.