No contestaba ese saludo

No contestaba ese saludo

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Hace más de medio siglo que de noche solía caminar por la Avenida San Martín, un caballero algo indescifrable y enigmático. El aludido señor era escritor, orador, poeta, político, y sobre todo un elevado funcionario gubernamental. En la Avenida San Martín número 52 se encontraba la barbería Puerto Plata de José de León. En el frente de ese salón de barbería, de noche nos reuníamos Hugo Gómez Batista, Fabián Damirón, César Federico Larancuent, Secundino del Villar y José Antonio Núñez Fernández, que soy yo. El funcionario del gobierno de Trujillo, que de noche sombrero en la diestra pasaba a pie por el frente de la barbería, casi siempre saludaba, diciendo ritualmente: «Buenas noches, juventud».

Confieso aquí lo que siempre he dicho, a mí no me salía de adentro contestarle el saludo a ese ilustrado caminante de la noche, que me lucía como una mezcla de Fouché y de Maquiavelo.

Una mañana que José de León el dueño de la barbería me recortaba el cabello, me preguntó que porqué yo no le devolvía nunca el saludo al elevado funcionario de la Secretaría de Educación. Yo era un deslenguado y al fígaro amigo le respondí atrevidamente: «Amigo José, sucede que a mí me da vergüenza que un hombre tan inteligente como ese, se pase la vida defendiendo y tapando crímenes y atropellos». Entonces, el peluquero interrumpió su labor, se me puso de frente y me respondió:  «¡Carajo hermano Núñez! Usted tiene razón, a partir de ahora yo tampoco le contesto el saludo a ese señor». El barbero José de León estuvo tres veces en las ergástulas del «Jefe bien amado». Ya está viejo, pero vivo gracias a Dios.

Manifestó ya, que el nocherniego viandante del sombrero en la mano, me lucía como una mezcla de Fouché y Maquiavelo. Mis amigos sabían que ese hombre que fue el redactor del manifiesto de Hoyo de Lima del 23 de febrero de 1930, no era santo de mi devoción. Reitero que lo veía como una mezcla de Fouché y de Maquiavelo. Sabía que el primero con las palabras «La Mort» había mandado a la guillotina a los reyes de Francia; lo conocía como «Le Metrailler de Lyon», él era el famoso duque de Otranto; había sido el director de la Policía de Napoleón. Y además sabía que después de la derrota de Waterloo y de la consecuente y la definitiva caída del bonapartismo, había tenido Fouché que irse al exilio, de donde regresó a Francia a pesar de ser un regicida, a servirle como si nada, al rey Luis XVIII.

En cuanto a Nicolás Maquiavelo, pensaba que el hombre triste que caminaba con el sombrero en la diestra, tenía la alta responsabilidad -según comentaban los sabihondos de entonces- de haberle hecho al «Jefe» un librito negro (librito de instrucciones) basado en las enseñanzas que el terrible florentino había vertido en las páginas de «El Príncipe».

Mi amigo José Gautier estará conmigo de acuerdo, en que el redactor del manifiesto de Hoyo de Lima, comulgaba «ad vitam» con estas maquiavélicas hostias: El hombre busca dos metas principales que son, el poder de un lado y del otro lado el orden y la seguridad. Los que se proponen alcanzar el poder, esos serán los jefes y los mandantes que llegan a gobernar a los que se conforman con el orden y la seguridad.

Para sojuzgar, sujetar y atar a los hombres, hay que corromperlos. Para el orden absoluto que algunos llaman seguridad, es necesaria e imprescindible la coacción por parte de los jefes y mandonistas, que quieren mantener en sus manos el poder.

El poder de los mandones y gamonales de pueblos, debe de ser absoluto.

Por eso aspiran a imponerse hasta a la autoridad de la iglesia, para ser «sus benefactores» y para ponerla a su servicio. El «Jefe» que asimiló con creces las enseñanzas del «librito negro», era astuto y no tenía escrúpulos morales. El utilizaba todos los medios necesarios para conseguir y alcanzar el fin primordial, o sea el mantenimiento de la posesión del poder sin límite y sin tasa.

Maquiavelo enseñó que el jefe, el amo debe de estar más allá del bien y del mal. Mi amigo José Gautier sabe que los mandones y los amos tienen por divisa, que: La fortuna o el azar, que no está en sus manos dominar o controlar… debe ser aprovechada y ¡Resistirla cuando es adversa! Y la astucia, la trampa o la maña con que pueda hacerlo, ahí radica el galardón que corresponde a todo maquiavélico jefe. El autor del manifiesto de Hoyo de Lima, muy bien lo sabía.

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