No debemos continuar de rodillas ante el crimen de la pobreza

No debemos continuar de rodillas ante el crimen de la pobreza

Teófilo Quico Tabar

Como he expresado en otras ocasiones, el crimen de ser pobre no figura claramente en ningún código o jurisprudencia penal, ni está clasificado entre los delitos pendientes de los tribunales correccionales. Pero ese silencio frente a la pobreza, es en sí una sanción del terror universal que rehúsa admitir su existencia. La pobreza es el más grande de los crímenes y el único que ninguna circunstancia sabría atenuar a los ojos de un juez equitativo. De tal magnitud, que la traición, el sacrilegio, el engaño, la intriga, etc., parecen pequeños frente él y requieren del enternecimiento social, para evitar una explosión.

Porque como expresó un pensador cristiano: “Solamente el genio atormentador que se ha llamado Fuerza Social, ha sabido reunir para la pobreza, en un ramo único de tribulación soberana, toda la flora dispersa de penalidades criminales. Serenamente, tácitamente, se les ha excomulgado de la vida y se les ha convertido en réprobos. Todo hombre de mundo, sabiéndolo o ignorándolo, lleva en sí el desprecio absoluto por la pobreza, y tal es el profundo secreto del honor, que es la piedra angular de las llamadas clases altas u oligárquicas.”

Para algunos de ellos, sentar en su mesa a un ladrón, asaltante, farsante, traidor, es cosa aceptable y hasta recomendada en determinados “códigos especiales de honor”, siempre que exista la posibilidad de prosperar. Pero el oprobio de la miseria es absolutamente inexpliclable, porque es, en el fondo, la única deshonra y el único pecado. Es una culpa tan grande, que el Dios de los creyentes la escogió como suya cuando se hizo hombre, e innumerables santos se han casado con ella para parecerse a Jesucristo.

Pero esa pobreza voluntaria, no es la verdadera pobreza que se aborrece o teme. Se puede llegar a ser pobre, pero a condición de que la voluntad no intervenga en ello. San Francisco de Asís era enamorado de la pobreza, pero no pobre. Él no era un indigente de nada, pues poseía a su Dios y vivía por su éxtasis. Estaba fuera del mundo sensible.

La verdadera pobreza es la involuntaria y nunca deseada. La que existe. La real. La que se conoce y que muchas veces se pasa por alto, o se quiere ignorar, ya sea por la impotencia para solucionarla o porque no hay sensibilidad. Esa pobreza que por cualquier huracán, inundación o desbordamiento se hace más evidente y pone al desnudo la crudeza más espantosa que cualquier ser humano pueda imaginar.

Esa pobreza que convive con nosotros a muy corta distancia de los asomos de progreso. Cerca de todo, y de todos. En la capital, los pueblos y en los campos. Esa pobreza horripilante en la que están sumidos millares de seres humanos, tiene que ser arrancada de raíz, si pretendemos continuar hablando de prosperidad y crecimiento. Pues aunque ciertamente avanzamos en algunos aspectos, mientras existan millares de familias sumidas en la más espantosa miseria, continuaremos de rodillas ante ese crimen llamado pobreza.

 

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