No dejaremos de contar la historia

No dejaremos de contar la historia

“Permaneciendo fiel a su comisión original, sirviendo a su pueblo con amor, especialmente a los pobres, los que están solos, y los desposeídos, y no rindiendo su firmeza doctrinal, en ocasiones siendo contradictoria con la misma cultura a la cual sirve como señal, de esta manera la iglesia sirve mejor a la cultura”.
Walker Percy.
La iglesia cristiana se encuentra en una encrucijada. En realidad toda la cultura lo está. Carlos Fernández Collado, experto en comunicación, define la cultura como un “sistema de símbolos compartidos, creado por un grupo para manejar su ambiente físico, psicológico y social”. Los símbolos preponderantes en la cultura occidental a la que como nación pertenecemos han sido por estos últimos dos milenios símbolos cristianos. Esto está cambiando y es una realidad que no podemos negar.
El cuento nos lo están cambiando. Esa metanarrativa de la que hablan los posmodernistas franceses ya no está contando con la iglesia cristiana como uno de sus ejes primordiales. Esto no está ocurriendo de manera fortuita, las metanarrativas son historias dirigidas. Son “un juego de lenguaje dominante creado por y para los que participaron en contar la historia”. El vencedor es quien cuenta la historia y la cuenta a su manera, y con su agenda pre determinada.
La diferencia entre los cristianos y aquellos que hoy están contando el cuento, es que nosotros lo contamos en lo claro. Hemos sido, y somos, en palabras del apóstol Pablo “cartas abiertas”. Cartas en las cuales el mundo puede leer lo bueno y lo malo. Nuestro propósito está declarado desde que en una colina en palestina el Señor estableció la misión bajo la cual hemos trabajado estos últimos dos mil años: Llevar las buenas noticias de la salvación de Dios a través de Jesucristo a todas las familias de la humanidad.
No siempre la hemos contado bien, ha habido momentos en que nos hemos equivocado, de hecho momentos muy frecuentes. Pero la historia ha estado siempre allí firme y clara, aun cuando los cuentahistorias hayamos desentonado una nota, olvidado una parte, o errado en alguna regla de la oratoria. Como lo dice Bécquer: “podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía”. La poesía del evangelio ha sido siempre la misma: amar no solo al amable sino hasta al enemigo, bendecir no solo a quien te elogia sino también a aquel que te maldice. La iglesia cristiana puede en algún momento haber agotado el tesoro, o enmudecido la lira, pero nuestra historia no ha cambiado, y es clara como el mediodía.
No pueden decir lo mismo los que hoy nos cuentan el cuento. Aquellos que hoy se levantan pretendiendo destruir todo vestigio de influencia cristiana en nuestra cultura. Ni siquiera declararán este propósito abiertamente pues son de aquellos que actúan en la oscuridad. Aquellos que, cual iconoclastas posmodernos, pretenden derrumbar todo símbolo que huela a Dios aun cuando no presentan claramente cuáles son los símbolos que promueven. Cuál es el Dios al cual sentarán sobre el altar de la nueva cultura que pretenden imponer.
No lo harán porque son símbolos de destrucción. Es la promoción del antivalor. Es la libertad sin frenos como estado ideal. Esa libertad que destruye y nada aporta más que la satisfacción del deseo temporal, sin compromisos, sin ataduras, sin futuro.
Pero nosotros, como iglesia, seguiremos contando nuestra historia aun sea en el Coliseo de la opinión pública, ante la cual son decapitados los valores cristianos que dieron origen a lo que somos. Como nos aconseja Percy, no rendiremos la firmeza doctrinal, el depósito de la fe que nos fue entregado y que hemos mantenido estos dos milenios.
Para continuar con la ilustración de Bécquer sobre la poesía: Mientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida, y en el mar o en el cielo haya un abismo que al cálculo resista, mientras la humanidad siempre avanzando no sepa a dó camina, mientras haya un misterio para el hombre, ¡habrá poesía!… Habrá evangelio y seguiremos contando la historia.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas