MADRID, España. Cuando suceden tragedias como la ocurrida en una escuela de Florida, no dejo de pensar en los familiares, principalmente padres de las víctimas, quienes finalmente son los condenados a vivir el resto de sus vidas con el gran dolor de haber perdido un hijo o una hija, de manera inesperada en un recinto escolar que se supone debería ser un lugar sagrado para niños y jóvenes, libre de mentes criminales que irrumpen salvajemente estos lugares.
Me imagino la preocupación de los padres en Estados Unidos, pensar que cuando despiden a sus hijos que se van a sus centros de estudios, podría ser la última vez que les vean con vida, porque cualquier loco armado puede acabar con ellos en segundos, como beberse un vaso de agua. Todos los lazos de amor filial, los sacrificios que conlleva criar, educar a los vástagos, rotos sin piedad alguna.
Los informes indican que en Estados Unidos, en lo que va de año, menos de dos meses, la violencia con armas de fuego en centro docentes ya son 18, no son casuales, son frecuentes, algo que millones de personas en el mundo no entienden, que niños y jóvenes puedan disponer con facilidad de armas de fuego, armas bélicas como ametralladoras, es insólito.
Estados Unidos, en ese sentido es raro. Es el país donde suelen ocurrir reiteradamente matanzas inexplicables. Basta que algún desequilibrado mental decida subir una azotea de cualquier edificio con un rifle a cazar gentes como si fueran palomitas, o un joven antisocial decida acribillar a profesores y alumnos de un centro educativo, al igual que un ex combatiente de algunas de las guerras en las que siempre está metida. En Estados Unidos penetran en cualquier sitio público a descargar sus frustraciones, odio y resentimientos, secuelas de haber participado directamente en eventos donde se ha visto obligado a matar.
En todos los países del mundo existen psicópatas, asesinos en serie, perversos, que han cometido actos abominables pero, tan a menudo lo dudo.
Estas acciones tienen el mismo nivel y efecto que los terroristas, en los que inocentes, ajenos a órdenes políticas, sociales pagan injustamente las consecuencias que alteran conductas en actuaciones carentes de humanidad.