«No é que ‘ta oscuroh…é que é difíishil»

«No é que ‘ta oscuroh…é que é difíishil»

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Fue a fines de 1998 que el Papa Juan Pablo Segundo dijo en Croacia, que «la democracia no es barata», que «la moneda para comprarla está acuñada en el noble metal de la honestidad, de la razón, del respeto a los demás, del espíritu de sacrificio y la paciencia. Creer que se puede comprar con otra moneda es correr el riesgo de la quiebra».

Cuán enorme razón avala las palabras del sabio pontífice.

Las exigencias de la democracia para funcionar aceptablemente bien, son inmensas, y con cierta frecuencia, abrumado uno ante la monumentalidad de sus requerimientos, se deprime y piensa que sus exigencias sobrepasan las posibilidades humanas Realmente la real y limpia democracia es posible, peor…¡cuán difícil! Y es necesario aceptar los altísimos niveles de dificultad que trae consigo la idea democrática, que a menudo parece ir en contra de las esencias egoístas de la naturaleza humana.

Esto de la dificultad que se trata de minimizar o escamotear me trae a la memoria lo ocurrido entre dos músicos, violonchelistas de la Sinfónica Nacional, a finales de los años cincuenta. José Sheen y León Flaviá, descendientes de emigrantes de las Antillas Menores, Saint Thomas y Martinica, tocaban juntos en el mismo atril. Ambos eran poseedores de unos modales impecables que reflejaban el ancestro. Los escuchaba uno hablando nuestro idioma dominicano orlando por el vestigio de un acento inglés o francés agazapado desde sus infancias. Eran personas calmadas, decentes y encantadoras. En una ocasión, durante un ensayo de la Sinfónica en lo que entonces era su local fijo (que hoy no tiene), los dos compañeros luchaban con un trozo espinoso de una obra. Acercándose lo más posible al papel de música y buscando atenuantes para los problemas que tiene, sheen mira las bombillas encendidas en aquel atardecer y le dice quedamente a su colega: «Tha oscuroh…». Flaviá, igualmente agobiado por el exigente fragmento, con los ojos clavados en aquella música engorrosa responde sin dejar de tocar: «No é que tha o»curoh…é que é difíiishil!»

Cada cuatro años tenemos aquí el angustioso problema del manejo de los empleos gubernamentales. Todos «los que se fajaron» promoviendo en caravanas, en excitadas y sudorosas participaciones más o menso vociferantes las virtudes y conveniencias de un partido político y un candidato, al ganar tal partido las elecciones presidenciales, reclaman un puesto en la Administrción Pública como pago por sus fervorosas tareas proselitistas.

Y resulta que el Estado no dispone de plazas para tan enormes multitudes.

¡Qué más complacería a un Presidente de la República que acomodar en el Gobierno a todos los que le apoyaron! Pero no se puede.

Luchando contra presiones terribles, los gobernantes van permitiendo, mientras miran para otro lado, destituciones y nuevos nombramientos que a menudo son terriblemente injustos, porque  se trata de servidores estatales probos, experimentados y valiosos por su eficiencia.

Trabajar para el Estado no debe nunca ser premio a laborantismos partidistas. Sabemos perfectamente que con el derrumbe económico en que sumió al país el gobierno de Mejía, hay un estado terrible de angustias y carencias en la población, y que el Estado no puede permanecer indiferente al mismo y asumir sinmiramientos una actitud de obediencia a lo que es justo.

Pero hay que evitar los excesos. Con cancelar los más ineficientes y las multitudes que no son ineficientes porque no realizan ningún trabajo, con eso, basta. Tal vez, hasta sobre.

Pero ha de tenerse en cuenta que el Presidente de la República, como cualquier ser humano consciente, no puede hacer todo o que quiere, sino parte de lo que puede. Es que esto de la democracia es complicado.

«No é que tha oscuroh…é que é difíishil!»

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