La historia es cruel, a veces neutral, es contradictoria, y es humana e impredecible. Los hechos pasados nos dejan marcados para siempre, nos barren como aquel rastrillo de flagelos metálicos que arrastra el suelo Homo Sapiens, llevándonos como basura reciclada para luego ser vendida sin pasión y sin amor; vendida solo por intereses económicos. Y lo grande es que disfrazamos esos instintos mercenarios para justificar las guerras y nuestros desenfrenados e insaciables intereses personales y nacionales.
La historia nos confunde y muchas veces nuestra perspectiva religiosa corta y entierra el itsmo humano que precedía a Israel, a palestina, a los de Ruanda (tutsi y hutus). Formamos teorías conspirativas o conspiranoia, pensando que Dios a preestablecido un grupo para castigar o triunfar sobre los demás. Una especia de etnocentrismo influenciado por una cosmovisión distorsionada del Dios Elohim, aquel Dios que creó el cosmo y luego creo a cada hombre, raza, etnia, a su imagen y semejanza.
Se nos olvida que todos somos humanos, somos buenos y somos malos. Nuestra imagen que un día era perfecta se rompió, se distorsionó. Moralmente nos fragmentamos, y hoy andamos buscando de forma equivocada la estabilidad existencial que se refleja en nuestro ser integral. Creo que tendremos que luchar hasta la muerte con esas heridas raciales que nos separan, creando estereotipos, xenofobia, racismo, segregacionismo y un odio inexplicable desde el punto de vista moral y ético. Y no me atrevo a decir desde el punto de vista espiritual, porque precisamente esa es la lucha, un sector religioso dividido por conceptos teológicos, apoyando a ciertas naciones que supuestamente tienen el privilegio de un “dios” que siempre está solo con ellos. Y no me refiero a una nación en específico. Es que muchos creen que algunos países tienen la protección de Dios, por el simple hecho de haber hecho lo que deberíamos de haber ejecutado cada día: Proteger y bendecir a otros. Es un deber imperativo que viene con nosotros y aveces lo violamos por nuestra precariedad evolutiva en el ámbito espiritual.
La historia nos ha dividido y hemos aprendido a odiar; somos clasistas, elitistas. Aprendimos a ser y a pertenecer a una ideología. Nos infectaron y moldearon nuestra forma de pensar, nos crearon paradigmas difíciles de reconstruir. Se nos hace difícil salir del laberinto conceptual y subirnos en el punto más alto del mismo ser, y desde allá interpretar los hechos con objetividad y con una actitud de mermar y reducir las tensiones. Nos aferramos al temor y el temor nos dirige, nos guía, nos lleva hasta orar y rezar de forma ambigua y equívoca. El temor nos succiona la parte buena que poseemos, dejándonos sin escudo para protegernos de las flechas cubiertas de insensibilidad y falta de racionalidad. Flechas que nos anestesian, dejándonos sin dolor y sin capacidad para percibir la desesperación de aquellos que son diferentes a nosotros, pero paradójicamente, también ellos son como nosotros.
Si es que no lo percibimos, veamos un retrato social en miniatura; me refiero al odio en el país de Ruanda, entre los hutus y los tutsis, generó un genocidio dejando más de un millón de tutsis asesinados. Israel y Palestina en constante guerra, una interminable lucha, muy delicada y sensible. Seguimos con Marruecos; los Marroquíes y los Saharauis del Sahara (el Polisario) en constante guerra. Corea del Sur y Corea del Norte, con familias que no pueden comunicarse y bajo un temor de una guerra de proyectiles. Alemania y Holanda, con una relación diplomática, pero Holanda no olvida su historia llena de heridas y muertes provocadas por una ideología apoyada por personas que también se creyeron superiores. República Dominicana y Haití, una historia de invasiones, desconfianza y temor; el dinero, el poder y la política se disfraza de nacionalismo, dejándonos sin respuestas concretas. Estados Unidos y Mexico, dos naciones que coexisten solo en el mercado económico, pero sus elementos culturales y lenguajes los llevan a generar brechas y sutiles distanciamientos.
El mundo está dividido, pero Dios no lo está. Sólo unos cuantos disfrutaremos de las diversidades que ofrece cada país o etnia. Dios no está a favor de un grupo, está a favor del ser humano. Las guerras son inventadas por nosotros mismos, y nosotros pagaremos las consecuencias si no reducimos esos prejuicios. Yo por mi parte, seguiré apoyando la vida, el buen diálogo, las buenas relaciones. Seguiré a Jesús, cuando dijo que debemos amar a los enemigos. Al mismo tiempo y sin ser ingenuo, seguiré promoviendo un mejor nivel de vida en cada nación. El respeto, el imperio de la ley. No debemos celebrar o estar a favor del terrorismo, venga de quien venga.
No creo que Dios tiene privilegios con una nación geopolítica. Pero sí creo, que cada persona es valiosa para El. Dios ama a Israel, a Palestina, a Corea del Norte y a Corea del Sur. Dios ama a Cuba y a Singapur. También ama a los escondidos, aquellos que no existen para nosotros, los inalcanzados (los grupos tribales). Dios ama a los Tutsis y a los Hutus. Si un agnóstico me está leyendo, te dejo la tarea de cómo ejercitar ese amor, todos somos responsable, claro, si podemos.
No es contradictorio:
¡Que viva Israel, que viva Palestina!