No es posible callar

No es posible callar

Hay períodos terribles en la vida de un pueblo en que pareciera que se han perdido para siempre los más imprescindibles principios de convivencia; en que las menos discutibles normas de conducta civilizada comienzan a ser vistas como estorbo del que se hace sin compasión escarnio; en que, en medio de la confusión y el desorden reinantes, duda el hombre feble, se jacta el inmoral, cierra los ojos el acomodaticio, déjase arrastrar por la torva corriente el ignorante, en tanto que el honesto, irremediablemente solo con el decoro a cuestas, traga saliva y asqueado se refugia en los desvanes melancólicos de su propia impotencia.

Sobran los indicios de que etapa como la descrita está hoy atravesando, para alborozo de algunos y de los más atribulación, nuestro país…

Nunca, cabe los harapos que se multiplican, se ha ostentado con tan ultrajantes ademanes la opulencia; nunca el derroche ha mostrado tan escaso pudor cuando presume con insolente gesto de su origen espurio; Nunca en medio de la impunidad y del halago se siente el corrupto más poderoso e intocable; jamás como ahora pudo el dinero amasado sin escrúpulo dar la seguridad de que al final lo mal obtenido sería bien recompensado. La justicia, como en subasta de mercado bullicioso, se vende al mejor postor; es un papel la ley; un derecho la fuerza; el privilegio, una costumbre; y la nación el tentador botín al que disfrazados de industriales, de comerciantes, de políticos, se lanzan los piratas en alegre abordaje, para llegar antes que los demás salteadores de la filibusteril camada a recoger su parte en la rapiña.

¿Puede sorprender en tales circunstancias que el dirigente envilecido quiera justificarse argumentando que muchos antes que él también carecieron de vergüenza? ¿Es acaso extraño que “honorables personalidades” aleguen que puesto el techo de vidrio es lo común, en lugar de tirar piedras al tejado de enfrente mejor haríamos olvidándonos del asunto? ¿Por qué asombrarnos de que un osado con admirable ingenuidad afirme que hacer justicia podría poner en inminente zozobra el proceso democrático?… De este tenor los hechos notables que diariamente reseña la prensa en nuestro país… Una piara de cerdos hundida hasta el cuello en el excremento de sus propias fechorías, heces donde parecen sentirse complacidos. Y entretanto, hambre, mendicidad, prostitución, alcoholismo; y las yolas que escapan sigilosas sobre nocturnas aguas hacia una ilusión de la que se alimentan tiburones; y la droga que, como en patio propio, sin control sienta sus fueros en el hogar humilde o en la pudiente morada; y los deleznables combos que proliferan y la economía que decrece, y los centros nocturnos que se llenan y los bolsillos que la inflación vacía; y el turista que con su morbo y con sus dólares desciende, la mirada encendida y en tinieblas el alma, del avión, y la niñez que bajo idílico paisaje de cocoteros se pervierte; y el desempleo que abruma y la lotería que reparte en prometedoras cifras esperanzas ficticias…

Como lo nuestro anda mal, miramos hacia fuera e imitamos todo lo que con foráneo sabor nos invade, mas dentro de los postizos calzones que pedimos prestados al vecino somos incapaces de modificar en un ápice lo que nos menoscaba y nos desdora. La inmadurez adobada con atraso da lugar al folclor. Folclórico somos y, por tanto, lo horrible es materia de chiste, lo degradante apenas tema para un mote, de ingenio; en la queja y el inútil plañido la protesta se agota, y no tomamos nada en serio porque a fin de cuentas no nos tomamos en serio a nosotros mismos.

Pero ha pasado la hora de reír.

O aprendemos a indignarnos frente a lo que torcido se presenta o corre el riesgo la sociedad dominicana de disolverse de manera definitiva, de modo irreversible. Hay que volver a sentir náusea, liberadora náusea, catárticas y salutíferas arcadas ante la podredumbre. Debemos ruborizarnos por aquellos que con canallesco descaro no se ruborizan. Preciso es conferir a las palabras (que de tanto abuso retórico han terminado por depreciarse semánticamente) su escueta, cierta e irrefutable dimensión significativa. El corrupto nunca podrá ser probo. El probo no deberá tolerar la corrupción. La injusticia, dondequiera asome su desquiciado rostro, ha de ser combatida…

Desde estas páginas, amigo lector, emprendo quijotescamente, al amoroso amparo de mi feliz locura, ese combate… Si la palabra no basta –y bien sé que no basta–, callar no es tampoco el remedio. Al viento me propongo lanzar unas pocas verdades. Si rompen ciertas frágiles techumbres de cristal no será mía la culpa. De vidrio no tengo la cubierta. Puedo sin temor cargar la honda.

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