No es un soplo la vida: notable acontecimiento en la poesía dominicana

No es un soplo la vida: notable acontecimiento en la poesía dominicana

Hablar de la poética de Daniel Beltré López no es hablar de la poética de Jorge Luis Borges ni es hablar de la poética de Domingo Moreno Jimenes, no es hablar de la poética de Walt Whitman, de Franklin Mieses Burgos, Paul Valéry ni tampoco de Vicente Huidobro. Cuando se habla de la poética de Daniel Beltré hemos de referir las peculiaridades de un creador capaz de transformar en canción las experiencias vividas, por más elementales que fuesen, y lo hace con afinado sentido estético y atinada llaneza en la expresión.
La poética tiene como objeto de estudio la creación, ya sea de un autor, de un movimiento o de una tendencia. De ahí he partido para basar mi modesta visión sobre la creación del poeta Beltré, su manera de abordar la realidad y su actitud ante los recursos formales. Beltré encuentra en el poema de amor un motivo de reflexión social, de lucubraciones filosóficas, de recorridos por reminiscencias infantiles y para exaltar la valoración del beso. La infancia del poeta, en la séptima década del siglo XX, en el barrio capitaleño de Villa Duarte ha aportado sustanciales contribuciones a estas composiciones:
“Yo perdí cuando niño un espejito,/ soldaditos de juguete, un fusil de palo,/ y de palo perdí un bate un seis de enero / que ocultando la falta de los Reyes/ en mi casa me obsequiaron”. (De lo perdido, p. 65)
Los elementos culturales del entorno resultan visibles en la poética beltresiana, cual si de un brote espontáneo del postumismo se tratara. No estoy diciendo que se trate de un poeta postumista o neopostumista, pero Beltré no le niega en su poesía lugar privilegiado a lo nuestro, nuestro ser, nuestro hacer, nuestro vivir, nuestra forma de decir las cosas. Veamos la última estrofa del poema Haberes:
“No soy dueño de la parrilla colgada al norte de la hoguera / donde fraguó la tisanita temprana, / ni del jarrito que decorara el fuego/ con caritas que posaría para el olvido”. (p.117).
Lo cierto es que Beltré compone sus versos con palabras tan comunes como: capuchino, chichigua, tirapiedras, besos, florecitas, jardincito, colibrí, madera, hombre, magia, burro, serpiente. Pero muy cierto también que este autor puede usar la lengua culta, lo que llamamos lenguaje de la poesía, aunque parezca que me contradigo, con voces de uso cotidiano, reflejo fiel de la vida, con nuestras carencias y nuestras riquezas, y desfila por ella la gente común, con sus afanes y estrecheces, y hasta logra poesía parafraseando usos idiomáticos del menor nivel. Es como si la poética de Beltré se alimentara de las sustancias de las que está hecha la vida: amor, dolor, nostalgias, sueños, ilusiones.
Veamos los últimos versos del poema Lete:
“No se ha perdido tu nombre todavía, / pero está vacío, / desahuciado por los cantos del alma; /está hueco, es clamor de pesadilla,/ una mecha asfixiada. /Solo Dios podrá nombrarte sin que sigas de largo”. (p. 168).
De similar trascendencia espiritual es la composición que lleva por título Lumen. Trata del perdón, que es una consecuencia del amor, antítesis del rencor. El rencor, me parece, es la más lacerante llaga del espíritu humano, mientras el perdón es la restauración de los afectos y de la avenencia. El poema Lumen se yergue como inmenso monumento al perdón, que es también una fuerza sanadora. Aparece con una serie de textos titulados, cada uno, con una sola palabra, en la parte final del libro, y todos encierran profundas reflexiones de orden espiritual. Inicio de Lumen:
“El perdón llega en silencio perforando las atalayas del miedo. /Llega para testimoniar que no quiebra la esperanza, /que no cesa el desvelo cuando el amor no tiene frontera. /Llega para celebrar la lluvia que estrechó el espacio donde crecieron las alas”. (pág. 167)
¿Quién puede crear poesía a partir de una frase manida dictada por alguien que no sabe escribir una carta? Hablando con Iria, personaje quizá real, quizá ficticio, Daniel Beltré ha compuesto once poemas breves a partir del título “La presente de esta es para saludarte:
“Iria, aquí están las fórmulas inviolables del principio, / las que armaron tu angustia de iletrada enamorada: /La presente de esta es para saludarte y saber cómo te encuentras;/ pues yo bien a Dios gracias”. (p. 47).
La poética de Beltré derrocha lirismo, un lirismo consistente y franco, nunca forzado, no exprimido, sino fundamentado en emociones y vivencias que el autor ha madurado para devolverlas en versos también maduros que liberan a su autor de la condición de poeta bisoño, no obstante ser primerizo en la publicación de libro. Aunque curada y con la elaboración exigida por el oficio, esta poesía se rebela contra la expresión barroca, pues Beltré deja de lado los retruécanos y los oscuros recursos que tornan la composición en un embrollo.
Nadie puede afirmar que se trate de un creador encuadrado en un modelo o tendencia poética, su poesía revela que ha abrevado en muchas fuentes y emerge con estilo propio, no obstante lo reciente de su primer libro. Quizá Beltré pueda dar lugar a que alguien lo coloque como discípulo postrero de Andrés Avelino y Domingo Moreno Jimenes, y cite, por ejemplo, para avalarlo, el poema “El baile de la caraqueña”: “¿Qué te ha ocurrido hoy, caracolito? / Acércate, que quiero recoger las florecillas con que nos premias al remenear tu falda”. Otra persona alegará, tal vez, que nuestro autor canta al entorno local para hacerlo universal. ¿Poesía con el hombre universal? Y marcará el poema “Whitman y Hathor en las calles de Manhattan”. Habla de Walt Whitman, ese cosmos, sinónimo de poeta y referencia universal de la poesía, y de la diosa egipcia Hathor:
“No sé si Whitman habrá plantado alguna simiente en este bosque que fue suyo, / un olmo, por ejemplo… No sé si Whitman sospechó que su verbo infinito llenaría de cicatrices a Manhattan, /su casa de hielo trepidante, de ardillas encantadas, /de rieles sin memoria, / de amores circulando por las viejas arterias de su acerada anatomía./ Sé que el viejo aeda nos entrega su canto para celebrar la presencia de Hathor”. (p.96)
A partir de la página 121 aparece un grupo de poemas con características metafísicas. Con el título “La nada hecha ser”, ocho poemas numerados, confirman este aserto:
“Nadie conoce los caminos de la nada, /los caminos infinitos de la nada; /nadie deja en ellos sus huellas ni su sombra. /Los hemos recorrido en ausencia de testigos oculares, / montados sobre la más desconocida de las soledades,/ sin envolturas, sin legua, sin cordón umbilical ni sobresaltos”. (p. 121).
En el final del poema Agápe asoma también el realismo trascendente:
“Somos templos que se mueven /convencidos de que lo mejor de la vida lo llevamos dentro” (p.147).
Daniel Beltré ofrece poemas de amor construidos con el lenguaje de las cosas, naturaleza, pantano, fieras, peligros y gracias al amor el hombre es rescatado de la tristeza, del abandono, de la sombra:
“Solo me quedaba la sombra, /el celaje del último juicio. / Pero llegaste tú/ envuelta en tus afanes de hada primitiva, golpeando el instinto muerto”. (p. 144).
Con lo hasta aquí dicho creo haber esgrimido razones suficientes para mostrarles las características esenciales de la poética de Daniel Beltré. Si a partir de esta aproximación penetrara al ánimo de ustedes el interés de conocer a fondo la obra de este creador, quedaré colmado de satisfacción. Como quiero asegurarme de si lo por mí expresado en torno al poemario “No es un soplo la vida” se corresponde plenamente con la verdad, les pido comprobarlo intentando disfrutar este libro que me parece constituye un notable acontecimiento en la poesía dominicana y que permite hablar con propiedad de la poética de Daniel Beltré López.
Enhorabuena.

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