¡No escribo sobre puentes!

¡No escribo sobre puentes!

PEDRO GIL ITURBIDES
Pretendía escribir sobre los fallos estructurales en los puentes, pero decidí no hacerlo. No fui disuadido de ello, sino que por la visión que tuve del problema comprendí que no son los cálculos ni las estructuras las que fallan. Esa visión me la ofreció un amigo, ingeniero, a quien quise consultar sobre todos los puentes derribados por los torrenciales aguaceros de principios del mes. Mi propósito era que me ilustrase sobre los pilastres, aproches, y otras partes de esas estructuras.

Fue entonces que opté por no escribir sobre las estructuras de los puentes. Tan pronto dije ”¿qué es un aproche?”, mi amigo sacó una hoja de papel y respondió “déjame explicarte”. Hasta ahí, todo bien, y tuve la sensación de que hablaríamos de los puentes. Pero su discurso fue otro.

“Fíjate, comenzó, en épocas de Trujillo conseguías un contrato y debías visitar a Rafael Rodríguez Bergés y entregarle el 10% del valor de la obra. Esa cuota te aseguraba tranquilidad en tu trabajo, pago exacto y a tiempo de las cubicaciones, y otro contrato futuro. La libertad política y la democracia han traído otra forma de contratación. Sobre todo cuando pasamos a ser gobernados por gente seria. Porque mientras éramos gobernados por corruptos, tu sabías que nadie te salvaba del 10%. Y es probable que tuvieras que sacar algunos pesos adicionales para repartir entre Presupuesto, Contraloría y Tesorería para lograr el pago de las cubaciones.

“Con los serios es diferente. Antes de leer la primera parte del contrato tienes que buscar el equivalente al 30% del monto del contrato. Después vienen las concesiones menores que, de no transigir ante ellas, sufrirás dilaciones en la revisión de las cubicaciones y no te verás con un pago ni de milagro. Cuando, al trasponer con grandes riesgos todos estos inconvenientes concluyes la obra, contemplas horrorizado que trabajaste para hipotecar bienes personales o equipos de construcción. Y nadie responde por ello.

“Tampoco hay recato. Te nombran uno a uno los funcionarios a los que toca esta o aquella parte de lo que te quitan. Fíjate que no digo de lo que te piden, sino de lo que te quitan. Porque no tienes alternativa si quieres mantener la imagen del ingeniero que consigue obras. Si tu vergüenza te lleva a hacer las cosas como Dios manda, llegas al estado de depresión en que cayeron hombres como José Farías Cabral o Juan B. Sánchez Correa. De tu amigo José, no tengo nada que decirte. De don Juan puedo asegurarte que murió de pena tras contemplar que tras una vida de trabajo lo esperaba una tumba sin poder dejarle a su familia ni siquiera un techo bajo el cual guarecerse.

“¿Qué salida se tiene? Aceptar estas imposiciones propias del talento democrático y nacionalista, y rediseñar la obra. De manera que donde un puente lleva tres pilastres pones dos, los aproches apenas encajan sobre material firme, etc., etc., etc. ¿Quieres mejor explicación sobre por qué se caen los puentes?”.

Quedé pensativo. “Yo creo, dije finalmente cuando salí de mi estupor, que no escribiré sobre las estructuras de los puentes y el desplome de ellos”. Y tranquilo, como si estuviera bebiéndose una tacita de café, mi amigo me dijo: “Apruebo eso. Es mejor que no escribas sobre el desplome de los puentes. Porque a lo mejor tendrás que escribir sobre otros problemas, o, como dices en ocasiones, sobre muchos entuertos”. Y como quien no quiere la cosa tomó del escritorio la hoja de papel en que escribiese el nombre de Rodríguez Bergés y los sucesivos porcentajes de la coima ancestral, la estrujó, y la tiró al cesto de basura.

Como si nada hubiera dicho.  

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