La soledad no es buena. Esta nos entristece y nos quita el gozo, trayendo amargura y desolación,
todo por tener una vida separada de Dios; porque el que tiene una relación con Él está satisfecho
y nunca se siente solo. No es por las personas que están a nuestro lado que dejaremos de
sentirnos solos; es cuando hagamos a Cristo el centro de nuestra vida, lo cual no hemos hecho
por darle más importancia al estar acompañados que a tenerlo a Él.
Con Él podemos hablar largas horas y nunca nos dirá “Ya es suficiente”. Puede acompañarnos a
cualquier lugar y nunca nos dirá “Estoy cansado”. Al contrario, siempre querrá estar con
nosotros y no dejarnos solos.
Por tanto, no debemos seguir sintiéndonos así, porque estamos tan acompañados que aun
durmiendo no se separa de nuestro lado, brindándonos la compañía que tanto hemos buscado.