No hay cambios sin políticas para el cambio

No hay cambios sin políticas para el cambio

César Pérez

Es asombroso el gusto de la gente por los estribillos, por las consignas en los diversos momentos de la acción por demandas de objetivos, sean estos políticos, corporativos o puntuales. Es entendible, la sencillez de las demandas en acciones políticas, máxime cuando son de masas, es altamente efectiva para lograr el entusiasmo de la gente durante las movilizaciones. No obstante, hay problemas cuando quienes organizan y dirigen esas acciones también quedan atrapados en los límites de esas consignas o estribillos, pues no trascienden la mera situación del estado de ánimo contra un sistema al no tener ninguna propuesta de los elementos en que descansaría el nuevo orden que se pretende crear.
Es posible que la relativa brevedad de la generalidad de las experiencias de cambios que en los últimos tiempos se han intentado en diversos países, fruto de la acción de masas contra determinados sistemas o por inesperadas y clamorosas victorias electorales, radique en la levedad de esos fenómenos al no estar sentados sobre lineamientos generales, pero sustantivos, de propuestas de cambios políticos que vayan más allá de los reclamos del momento, generalmente reducidos a consignas que por más justas que estas sean tienden a perder pertinencia en los nuevos escenarios surgidos de coyunturales acciones de masas o de votaciones. No hemos podido aprovechar las grandes posibilidades de las actuales redes de comunicación para articular un discurso propositivo con posibilidades de convertirse en programa transformador.
Ante la insuficiencia de los viejos paradigmas no es cuestión de crear otros que se propondrían como nuevos, sino asumir como ejes fundamentales de la acción política la articulación de muchas de las propuestas de ampliación y sustanciación de la democracia que desde los ochenta se han planteado en esta parte del mundo: las conquistas de los espacios urbanos y locales, democratización de las colectividades políticas y sociales, el derecho a la ciudad, la descentralización del Estado, leyes de partidos que garanticen la ampliación de la democracia y participación efectiva en la selección de los representantes en los lugares donde se toman las decisiones políticas claves etc. De la articulación de estos objetivos políticos podría diseñarse el proyecto de sociedad que se quiere.
En el caso de nuestro país, estamos ante la eclosión del movimiento de masas más importante de nuestra historia y, sin embargo, se oye decir a algunos de sus dirigentes que no se introduzcan reivindicaciones políticas porque esto dividiría el movimiento, por lo cual plantean limitarlo a las simples consignas del fin de la corrupción y de la impunidad; en breve, judicializar la acción de masas, “protegerla” de la política. Una cortedad de miras que desde ya condenaría el movimiento a su levedad e inocuidad futuras, al no poder producir los cambios que esta sociedad requiere. La política es hoy día el escenario principal, casi único, de la lucha por trasformaciones sociales fundamentales, quien no entienda esto no ha entendido nada de la política, o es un pretendido impolítico.
Nunca como ahora habíamos tenido la oportunidad de articular un proyecto de cambio político social realmente democrático través de la acción de masas, aprovecharlo es lo único que daría sentido al Movimiento Verde.

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