No hay peor sordo

No hay peor sordo

El periódico «The New York Times» publicó el pasado jueves 17 de junio un editorial titulado «The Plain Truth» (La Simple Verdad). Con una ingenuidad poco usual, el diario solicitaba al presidente George W. Bush que se disculpara ante el pueblo de Estados Unidos por haber utilizado, como forma de legitimar la agresión contra Irak, una supuesta relación entre Al Qaeda y Sadam Hussein en los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Ese vínculo había sido desmentido rotundamente el día anterior por el informe final de la comisión que designara el gobierno norteamericano para investigar dichos atentados.

No obstante, la candidez del prestigioso matutino sorprende porque, de hacerle caso a su solicitud, el presidente Bush tendría que pasarse todo el tiempo pidiendo disculpas por las cuestionadas artes que ha aplicado desde hace varios años. Entre silencios premeditados, incoherencias, medias verdades y mentiras mondas y lirondas, el Mandatario estadounidense ha estado mostrando el lado más perverso de su personalidad. Sus primeros pasos los dio con la cuestionada victoria electoral en el Estado de Florida que le permitió convertirse en Presidente de Estados Unidos. Luego vinieron los beneficios fiscales para los ricos y la sensible reducción de la seguridad social para los trabajadores. Más adelante tuvo lugar la invasión a Afganistán para, supuestamente, combatir a los talibanes que habían sido creados, fortalecidos y desarrollados por los gobiernos de Estados Unidos. Luego ocurrió lo de Irak, una guerra que apenas comenzaba cuando, según Bush, terminaba y que todavía genera millares de víctimas. Y, para ponerle la tapa al pomo, la excusa mayor debía provenir como resultado de las torturas y trato brutal que los militares norteamericanos les han dado a los iraquíes y afganos encarcelados en su propio país o en el territorio cubano de Guantánamo. En resumen, si el Presidente de Estados Unidos empezara a disculparse, tal como sugiere el New York Times, tendría que dejar de trabajar, abandonar su campaña reeleccionista y sentarse a redactar documentos, no para excusarse, sino para pedir perdón a sus compatriotas por todo el daño causado al prestigio de la nación.

Lo peor del caso es que gobernantes como el que ahora padece la nación norteamericana han ido envenenando las mentes de los ciudadanos con cada mentira que han dicho. El odio y el miedo han sido inoculados profundamente entre los estadounidenses para que se discrimine y agreda a las víctimas mientras se exalta a los agresores. Oponerse en Estados Unidos a las guerras de agresión de su gobierno es arriesgarse a ser identificado como «anti americano» o como «combatiente enemigo ilegal». Estas expresiones no han sido bien definidas todavía pero sirven para, por ejemplo, mantener incomunicado indefinidamente a cualquier ciudadano sin reparar en las violaciones a sus derechos humanos.

«Lo más deshonesto que Bush ha podido hacer es vincular la guerra de su preferencia con la lucha anti terrorista», esa es una frase del editorial del NYT que reúne la mejor evidencia para frustrar una reelección presidencial en Estados Unidos. Afganistán estaba señalado como territorio a invadir y ocupar desde que se descubrieron tiempos atrás los gigantescos yacimientos de hidrocarburos junto al Mar Caspio. Para aprovecharse del mercado en el sub continente indio, los ductos para gas y derivados del petróleo tenían que pasar, obligatoriamente, por territorio afgano. Ese fue el motivo necesario y suficiente para que se agrediera a los talibanes quienes habían sido creados por obra y gracia de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos como forma de crearle «un Vietnam» a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Esa fue una de las guerras preferidas por Bush, Cheney y Rumsfeld. Luego vino la apropiación forzada del petróleo iraquí para beneficio de Halliburton y sus subsidiarias, que es lo mismo decir, el grupo gobernante de Estados Unidos.

Lo que procede ahora es volver un poco atrás y recordar que las cuestionables aseveraciones que el señor Bush ha proferido contradicen lo señalado por sus asesores de seguridad y las agencias de espionaje. Richard Clarke, el experto anti terrorista, lo advirtió previamente en sus informes pero la Casa Blanca prefirió no hacerle caso. La información correcta y oportuna la tuvieron a mano pero pudo más la ambición personal que el bienestar de la nación. Por eso es que el presidente George W. Bush no va a hacerle caso al editorial del NYT. No se va a excusar ni va pedir perdón por las atrocidades cometidas ni por las mentiras proferidas porque «no hay peor sordo que el que no quiere oír».

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