No hay que alarmarse

No hay que alarmarse

Para quedarme alejado, un rato más, de las altas temperaturas de la paila política, llevo al amable lector por otro rumbo, «para variar». Una dominicana joven se ha exhibido, en Higuey según algunas crónicas, precisamente el día de la festividad de Nuestra Señora de la Altagracia, vestida con una pieza que reproduce la imagen de la patrona del pueblo dominicano, confeccionada expresamente para cubrir sus glándulas mamarias, nombre médico de las tetas, y éstas, «órganos glandulosos y salientes que los mamíferos tienen… y sirven en las hembras para la secreción de la leche».

Ha incurrido la joven en una acción irreverente y profana, por tanto, reprochable. Un desparpajo casquivano. Es irreverente lo contrario a la reverencia o respeto debido. Es «ofensa, burla, descaro, grosería, ultraje». Profanar es «tratar una cosa sagrada sin el debido respeto». Entre sus sinónimos están deslucir, deshonrar, prostituir. A esa infeliz ocurrencia le ha prestado la opinión pública escasa atención. Se ha mantenido en el ámbito que le es propio, círculos faranduleros, en el sentido criollo del vocablo. Tampoco hay que llevarla a planos de excesos que pueden resultar ridículos. Por lo demás, al dominicano de hoy pocas cosas le alarman.

Ahora bien, si irreverente y profano aquello, es un gran disparate pedir la excomunión de la joven, porque no se trata de un crimen de lesa humanidad. Lo es también pretender justificar el desparpajo porque ropa semejante haya sido exhibida en México u otros países. Y lo es, asimismo, comparar la irreverencia y profanación habidas, con el uso común de camisetas con imágenes de artistas, políticos y deportistas. Esos personajes no simbolizan sacralidad.

Con su acción, la joven ha demostrado la vaciedad de su formación religiosa, que puede ser un patrón familiar. No debe dudarse que su formación la recibiera en un colegio «católico», aunque en ese caso el plantel no tiene responsabilidad en lo ocurrido.

Desde hace años se repite que se viven tiempos de una inversión de los valores que otrora fueron base sólida de la familia. Con ocasión de la celebración el 23 de mayo próximo, del Día Mundial de la Comunicación, el Papa Juan Pablo II se ha referido a un sentimiento libertario y secular contra los valores tradicionales cristianos, «con el cual se ofrece al mundo una visión distorsionada de la vida, la familia, la religión y la moral».

Sin alarmarse, debe evitarse la repetición del caso comentado. De lo contrario, la próxima vez otra joven pensará en utilizar la imagen no de una santa, sino de un santo, para confeccionar ropa que cubra sabrá Dios qué parte de su cuerpo. No se dude que se pensará en un santo cuyo nombre comience con `C`, para colocarlo en un espacio afín a esa letra. Es un peligro.

Repito que no hay que alarmarse. Aquí los desparpajos son cosa común y corriente. Piénsese tan solo en el ex cónsul en Haití, inculpado en el tráfico de ciudadanos chinos indocumentados, investido en medio de esa acusación como diputado pepehachista, que a lo largo de toda la administración ha burlado la Justicia, el Congreso, el país, en fin. También, en el vergonzante espectáculo escenificado el 16 de agosto pasado, hace más de cinco meses, atribuido desde siempre a sectores vinculados al Poder, respecto del cual se dijo estaba ordenada una investigación. El resultado se conocerá simultáneamente con los del censo 2002.

Piénsese en cuántos jóvenes dominicanos han quedado mutilados, por tanto disminuidos por disparos policiales, en actuaciones tal vez desaprensivas algunas de ellas, pero criminales de todos modos.

Los medios informan que en el 2003 quedaron impunes, sólo en la jurisdicción de instrucción del Distrito Nacional, 30 asesinatos, 391 homicidios y 5 mil 610 robos agravados, entre los 10 mil 947 crímenes habidos ese año. Equivalen a 912 por mes, más de 30 por día.

No hablo del creciente deterioro de la calidad de vida del dominicano, «gracias» al gobierno. Ni de sueldos empleados públicos no pagados, ni de falta de aulas escolares y pupitres, ni de las alzas en los precios de la comida, los combustibles, las medicinas. Ni de los niños enfermos de dengue fallecidos porque los hospitales están desprovistos. Ni hablo de la tasa de cambio, que anda «de su cuenta». Ninguna acción oficial ha sido efectiva para «llamarla a capítulo». Pero, por lo menos ya se sabe que su «lacerante» situación se debe, lo ha dicho el Presidente, a la dura realidad de las leyes económicas «y la ambición desmedida de los especuladores». Está claro que a la tasa de cambio no se le encuentra pichirrí que agarrarle ni pescuezo que torcerle.

Poco importa. Los quejosos, a conformarse con el recuerdo indeleble de lo grandioso que resultó para el país la celebración de los «grandes y maravillosos» Juegos Panam 2003.

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