No hay que asustarse, sino hacer lo correcto

No hay que asustarse, sino hacer lo correcto

De repente le asalta a uno la sensación de que el mundo anda patas arriba. Se sabe que una guerra con armas nucleares significaría la destrucción de la humanidad, que no quedarían naciones victoriosas o vencidas, que ni siquiera se trataría de lo que erróneamente se define como “victoria pírrica”, remontándose la alusión a Pirro, rey de Epiro (318-272 a.C) quien, tras sangrientas y costosas victorias contra griegos y romanos, vencido finalmente  por estos últimos, al entrar en Argos,  una mujer le arrojó una teja desde una ventana, causándole la muerte.

No. Ahora se trata de la extinción de la humanidad. De que quienes tengan la mejor suerte morirán instantáneamente calcinados, convertidos en un despojo  de horror.

Los soviéticos  y los norteamericanos lo supieron  tras el espanto de Hiroshima y Nagasaki y los espantosos aumentos del exterminador poderío de las armas nucleares.

En años de la Guerra Fría, cuando parecía  posible y cercano un holocausto nuclear desatado por la URSS y los Estados Unidos, calmaba yo  los nervios de un angustiado amigo europeo, diciéndole que si usted tiene un revólver que a la vez que dispara hacia delante, dispara hacia atrás y mata en ambas direcciones…usted no lo usa. Y eso sucedía con las bombas atómicas. Ahora se dirigen los terrores políticamente convenientes, a que en el Medio Oriente exista poderío nuclear. 

Sigo con mi tesis.

¿Trataría usted de matar a otro si, a la vez, se mata usted?

Se trata de utilizar la figura del “cuco”, del “bugaboo, bugbear”, o fantasma con que se asusta a los niños. Y cabe preguntarse ¿será más peligroso el armamento atómico en otras manos que no sean las que ordenaron su utilización cuando el Japón ya estaba vencido y sin posibilidades de restaurar su guerrerismo?

¿Se puede argumentar desconocimiento de los resultados finales, cuando pruebas definitorias habían sido realizadas en áreas controladas, antes de que despegara el bombardero Enola Gay?

Un ilustre pariente mío, Xavier Amiama Gómez  -primo de mi padre- afirmaba con su voz de trueno olímpico que “no hay que preocuparse, sino que OCUPARSE”.   

    Evidentemente, saliéndonos del manejo político del poder atómico internacional, debemos, los dominicanos,  ocuparnos –no preocuparnos- por el buen rumbo de este país. ¡Hay tantas cosas que debemos hacer, que ordenar, que disciplinar, que clarificar!   Todo habrá de tener un costo político. Siempre lo tiene,  lo ha tenido y lo tendrá. 

    Se requiere, urgentemente, imponer el orden, la disciplina y la sanción correctiva, para lograr avanzar como Nación.

La democracia no significa desorden.

Significa igualdad en la disciplina, los derechos y los deberes.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas