No lloren como mujeres

No lloren como mujeres

PEDRO GIL ITURBIDES
En 1978, en un dramático discurso de admisión de su derrota, Joaquín Balaguer recordó el llanto de Boabdil, en la caída de Granada. Desde fines de agosto de ese año fue a pasarse unos días a la casa de Güaigüí, un lugar en las lomas de Ortega, ramal de la cordillera Central. El 1 de septiembre fuimos a visitarlo. Todavía hablábamos de la derrota, y a consecuencia de la conversación, adoptó una consigna. ¡Las elecciones se defienden en las mesas electorales!

En lo adelante no se desprendería de esta frase. En conversaciones con grupos de sus amigos, en reuniones de trabajo y en discursos, expuso este punto de vista. El 16 de mayo pasado, al salir del colegio electoral en donde funciona la mesa en que estoy inscrito, dije a mi familia: ¡la alianza perdió las elecciones!

En horas de la mañana había salido con los dos varones pequeños, adolescentes ya. Vimos una camioneta oficial con placa de número y letreros de las puertas laterales delanteras, recubiertos con afiches. Hicimos un comentario al respecto, recordando modos de actuar que se proclaman superados. José Antonio me preguntó, en razón de las condiciones que le referíamos, por qué se utilizaba ése vehículo. “Si están trabajando conforme una metodología que implantamos para las elecciones de 1986, recogen electores”, afirmé.

-¿Pacheco perderá, entonces?, preguntó Juan Manuel.

-Depende, porque los dirigentes reformistas conocen estos procedimientos que aprendimos en Chile. Supongo que los perredeístas, que son osados, no estarán sentados rascándose el ombligo, y estarán listos a echar la pelea, comenté. Luego hice una breve referencia a este mecanismo, tan lógico como simple, que debía reproducirse a sí mismo en cada elección.

Pero los delegados de la alianza estaban rascándose el ombligo. De manera que al pronunciar mi rotunda afirmación, mi mujer y los hijos hicieron la pregunta de rigor. Y dirigiéndome a los varones pregunté a mi vez, ¿recuerdan cuanto les dije esta mañana? Y a seguidas, para información de Rossy y de María Rosa, hice el comentario sobre cuanto viví en los tres o cuatro minutos que permanecí en la mesa de votación. Al escucharme, Rossy ratificó lo dicho por mí, pues observó en su mesa, vecina de aquella en la que voto, una situación similar.

Y concluí tajante:

-Si la situación contemplada en este recinto electoral se repite en el Distrito, y es la propia del país, ¡la alianza perdió las elecciones!

Cuando nosotros entramos al colegio electoral, nos detuvo una joven con un gafete colgado al cuello, que identificaba uno de los partidos contendientes. Otros integrantes de esa misma organización cerraban el paso a los electores, mientras le mostraban una computadora “para buscarlos y orientarlos”. Intenté impedir que “me ayudaran”, lo cual logré a duras penas. Mi mujer, más condescendiente o menos comprometida, admitió que la “orientasen”. Aunque, por supuesto, votó por aquellos candidatos previamente elegidos.

Al llegar a nuestra mesa ocurrió algo similar. Había una delegada y, dos pasos atrás, una asistente. Una de éstas intentó quitarme la cédula de identidad y electoral de las manos, lo cual rechacé. Me dirigí a la secretaría de la mesa e indiqué que era a tal instancia a la cual debía dirigirme para iniciar el proceso. Tras este paso, buscamos con la vista a otros delegados de partidos. Sentados éstos, observé a uno de aquellos, más afín a mi inclinación, quien lucía indiferente a cuanto ocurría en la mesa.

A mi familia le comenté que era evidente que este delegado había sido desinteresado.

Pero en cuanto a la organización más cercana a mi modo de ver la política, no había delegado. Para esta entidad partidista, sin embargo, lo vivido comenzó mucho antes. Desde que fungimos como coordinadores en las primarias del año anterior, nos dimos cuenta que se laboraba para confirmar una determinada dirigencia. Mas no para ganar unas elecciones.

El día de los comicios, esta situación se vivió a plenitud. Por eso no debemos llorar la caída de Granada. Porque aquí, ninguno de nosotros se llama Boabdil.

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