Hoy mismo, 18 de febrero, estaremos ejerciendo el sufragio, una de las expresiones de la democracia representativa que nos genera un desahogo y una canalización de la ansiedad creada debido a la pluralidad de ideas, de acciones y de prácticas que no representan la doctrina de la democracia. El tiempo electoral en la cultura dominicana es un carnaval que se desarrolla en una subasta informal y clandestina, donde la compra de decisiones se activan y se amarran con cadenas sangrientas extraídas de aquel barco mercantil lleno de esclavos, nos referimos a la goleta llamada Amistad. El tiempo electoral es como un clímax que revela el comportamiento y la esencia de lo que realmente somos.
Durante cuatro años el pueblo dominicano ataca como pirañas hambrientas y cortante a los que están en el poder; se escuchan las malas palabras, maldiciones, quejas, discursos apologéticos que muestran la parte oscura de la mayoría de los políticos. El pueblo se une en un solo grito, anunciando el desastre y la injusticia de los gobernantes y de los funcionarios que dirigen las esferas del Estado dominicano. La unidad del pueblo es tan explícita que muchos se atreven hasta decir que no votarán por nadie. La desesperación y la impotencia nos abraza y nos pone una máscara sin ojos que no nos permite ver más allá de lo común y de lo cotidiano.
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De repente llega el período electoral, la adrenalina caribeña toma el control de la mente; las propuestas toman un plano secundario porque lo más importante son los anuncios con sonrisas de mujeres coquetas. La música nos hace olvidar que vivimos en un país sin oportunidades. El ritmo pegajoso y encefálico opaca las estadísticas del desempleo; de repente, como si fuera un hechizo que moldea a su favor el ambiente electoral, todo se convierte en una sustancia alucinógena, como si fuera una anestesia que nos quita o esconde el dolor y el hambre que reina en un país rico y “sano”, pero que ha sido administrado por generaciones por hombres y mujeres que solamente piensan en sus propios beneficios.
También debemos decir que en este ambiente de oferta electoral existen candidatos con buenas intenciones, pero la cultura del clientelismo los derrota, los aplasta, dejándolos fuera del tablero democrático. Regresan a sus casas con cientos de preguntas que nunca podrán ser contestadas por una sociedad políticamente enferma. En medio de la realidad sociopolítica del pueblo dominicano existe una luz, una energía que debe ser coordinada, dirigida y articulada. Las sociedades que han logrado salir del fango social, lo hicieron porque despertaron de la pesadilla, el dolor los llevó a la acción redentora. Exactamente como sucedió en Singapur, y recientemente en El Salvador. Claro está, se necesita un líder fuera de lo común. Se necesita un reformador, que no sea tan simpático, dispuesto a morir por sus ideas y visión. El pueblo dominicano necesita un gerente, un visionario radical, que no esté conectado a ningún historial que empañe su accionar y su discurso.
Ser dominicano no es escuchar un video que exprese que estamos orgulloso de ser dominicanos; ser dominicano no es promover la xenofobia; ser dominicano no es sentirse satisfecho porque hicimos el Mangú más grande para ser publicado en el Récords Guinness; ser dominicano no es celebrar la cuaresma exaltando a Dios y al mismo tiempo dándole espacio al mismito diablo con nuestras malas acciones electorales. La mejor forma de no botar el voto y ser patriota es votando hoy por las personas que realmente tienen carácter y visión para mejorar nuestro 48,000 kilómetros cuadrados. Y si no encontramos personas con ese perfil, estoy seguro que lo podemos buscar e identificarlo; también esa acción nos certifica como dominicanos que protegemos y amamos a nuestro pueblo, a nuestro Estado y a nuestra familia. Ser dominicano es no botar tu único voto.