No me extraña

No me extraña

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Lo de Higuey no me extraña. Uno de nuestros problemas fundamentales es que no hemos aprendido algo tan elemental como que “grano a grano se llena la gallina el buche”. Tenemos un Estado que hace aguas por todas partes y pretendemos tapar los huecos al mismo tiempo y con una ancestral escasez de recursos. El principal recurso: el humano, es bombardeado por ejemplos de lo que no debe ser, cómo no debe ser y cuándo no debe ser. Periódicos, revistas, emisiones de televisión y radio, avisos de toda índole, muestran mujeres cada vez menos vestidas como caramelo para anunciar martillos, serruchos, leznas, hilo de sutura, zapatos y sombreros masculinos.

Ese bombardeo conduce al perreo, el perreo pasa por un sujeto vestido con ropas rotas y tocado por una gorra cuya visera está dirigida a un punto que no impedirá que la luz del sol le dé en los ojos y que la lluvia le golpee la cara.

La calidad de la voz de una cantante está estrechamente relacionada con cuánto enseña de un hermoso seno, puntiagudo, de base sólida y redonda, al tiempo que ofrece un concierto de toda suerte de movimientos pélvicos y de cintura.

No me extraña lo de Higüey.

Mientras sigue esa fiesta que daña, la sociedad continúa su descenso indetenido ante quienes se convierten en millonarios, de la noche a la mañana, con la política, con el narcotráfico, con el tráfico de influencias, con el contrabando, con la evasión de impuestos.

Lo peor es todo es que no hay sanción. No hay interés en determinar el origen de tan súbito cambio de situación.

La familia y los amigos aceptan todo lo que se obtiene con los millones aunque saben que tanto dinero no es de origen lícito, pero no importa. ¿De dónde saca el vecino, el primo, el militar, el sacerdote, el periodista, el “cantante”, el banquero, el médico, el ingeniero, tanto, tantísimo dinero.

¿Cómo es que un negocio crece tan rápido, tan desmesuradamente en tiempos de escasez y de contracción del circulante?

Lo importante es lo que se ve, lo que brilla, lo que se gasta, todo aquello que a nadie le echan en la caja cuando muere: dinero, prendas, autos, yates.

La canción lo dice muy claro: piensa que en el fondo de la fosa llevaremos la misma vestidura.

La involución moral que nos arropó hace tiempo permite que se asordinen todas las protestas ante los abusos, desconocimiento y atentados contra la escala moral.

¡Qué moral del carajo en un país donde hoy más nadie sabe cuántas muchachitas se vendieron por un apartamento de lujo y un automóvil del año!

¡Qué moral ni moral, en un país donde un hombre le regala a otro una mansión que vale un millón de dólares!

Si el sueldo mínimo fuera de 4 mil pesos, un millón de dólares equivale a 28 millones de pesos; divididos entre los 4 mil pesos da a 7000 meses, divididos entre 12 meses, nos da 583 años.

Un país en donde situaciones como esas formen parte del pan nuestro de cada día, fomenta un estallido social y político de una gravedad extraordinaria.

Por eso digo que no me extraña lo de Higüey.

No me extraña que los acusados de violar a 13 niños y niñas hayan sido favorecidos con una decisión judicial según la cual no hay razón para la persecución judicial.

¡Ajá!, ¿y el juez se iba a tirar contra una parte de la iglesia Católica que quiere tapar esa vagabundería y otras peores?

¡Ajá! ¿Usted se ha detenido a investigar de quiénes son hijos los niños que van a parar a un hospicio, a un albergue?

¿Tienen fuerza esos padres, como para que la prensa los oiga y la sociedad les preste atención?

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