Recientemente, en uno de esos tantos espacios donde escuchamos enaltecer la función de las niñeras, me cupo la duda de si real y efectivamente somos ingenuos o nos hacemos los ingenuos cuando hablamos (como si no tuviéramos conciencia real de las razones) del por qué y para qué la mayoría de las veces nosotras mismas las mujeres buscamos contar de manera imprescindible con este tipo de servicios. Y con esto, no quiere decir que tenga nada en contra de ellas, ni que deje de entender que hayan casos muy puntuales que sin duda alguna necesitan “de otra mano”. Pero yo me enfoco en esta ocasión en el hecho de que se expresa comúnmente que la madre necesita de esa ayuda, como si la madre fuera (#1) la única responsable de sus hijos y (#2) por ende la que necesita “la ayuda”.
Vamos desmenuzando mejor el punto en cuestión. Para mí: El Padre que atiende el llanto del bebé, que lo mece, que le cambia los pañales y le enseña las primeras palabras, que juega con el niño en lo que mami hace otros oficios, que lo lleva a jugar en lo que mami también se ocupa de sus otras responsabilidades, no está “ayudando” a la mamá, está ejerciendo el papel más maravilloso y responsable de su vida: el de la paternidad. Estoy convencida de que son matices de un lenguaje a modo de trampas disimuladas en las que caemos muy a menudo y que es necesario trasformar.
Hoy día, aunque me gustaría decir que para nuestra sorpresa, seguimos escuchando a muchas personas poner en voz alta la clásica frase de “mi pareja me ayuda en el trabajo del hogar” o “yo ayudo a mi mujer en el cuidado de los niños”.
Es como si las tareas y responsabilidades de una casa y de una familia tuvieran patrimonio o un sello distintivo asociado al género y del cual aún no nos hemos desprendido del todo en nuestros esquemas de pensamiento.
No obstante que el primer vínculo de apego del recién nacido durante los primeros meses se centra en la figura materna, también la figura del padre es igual de relevante que la de una madre y en la actualidad, la clásica imagen del progenitor donde se focalizaba la férrea autoridad y el sustento básico del hogar ya no se sostiene y debe ser invalidada. Es hora de que demos fin al caduco esquema patriarcal donde las tareas se sexualizan en rosa y azul, con el fin de propiciar cambios reales en nuestra sociedad. Para ello, debemos sembrar el cambio en el ámbito privado de nuestros hogares y, ante todo, en nuestro lenguaje.
Porque el papá “no ayuda”, no es alguien que pasa por casa y aligera el trabajo de su pareja de vez en cuando. Un padre es alguien que sabe estar presente, que ama, que cuida y se responsabiliza de aquello que da sentido a su vida: su familia.
Con ello queremos dejar claro un aspecto: la buena paternidad y la buena maternidad no sabe de sexos, sino de personas. Aún más, cada pareja es muy consciente de sus propias necesidades y llevará a cabo las tareas de crianza y atención en base a sus características. Es decir, son sus propios miembros quienes establecen el reparto y las responsabilidades del hogar en base a la disponibilidad.