No nos acostumbremos

No nos acostumbremos

Cuando construyeron el muelle actual de Barahona, una draga martirizó el sueño de todos durante varios años. El sonido constante del pum pum, y paro de contar, del motor de aquel equipo que transformó la playa del pueblo, creó varias islas de corta vida a lo lejos, en el centro de la bahía de Neiba y modificó el perfil de la ribera marítima, se convirtió en una tortura, durante los primeros días, semanas.

Luego, el ser humano parece que se acostumbra hasta a lo malo. De uno y otro modo nos acotejamos, nos acomodamos a situaciones que si nos dieran a escoger no seleccionaríamos.

Dormíamos como si el ruido no estuviera omnipresente, pero sabíamos que existía, lo escuchábamos, lo palpábamos, lo sufríamos, lo rechazábamos.

Aquel ruido se impuso de tal modo que cuando por cualquier circunstancia la maquinaria se detenía, fuera para reparación o mantenimiento, hacía falta escuchar el pum pum.

Aún así, no pudieron acostumbrarnos.

Cuando la draga terminó su trabajo el pueblo sintió un gran alivio porque surgió el muelle nuevo, como un barco largo y estrecho que se posó en el mar.

A pesar de los desaguisados cometidos por autoridades y por gobernados, no han logrado acostumbrarnos a la falta de gestión de los gobernantes a favor del respeto a los derechos de los ciudadanos.

Me refiero a la garantía de derechos tan sencillos como el tránsito seguro y confiable por una acera cualquiera.

Recuerdo aquella mañana que papá llegó a casa con el pantalón roto, sangrando de la pierna derecha y, con la burla de siempre, refirió que volteó a ver una chica que pasaba a su lado y no se percató de que alguien había robado la tapa del medidor del consumo de agua e introdujo la extremidad en el hueco.

Eso se quedó así, como los casos de no sé cuántas personas que han resbalado con una cáscara de guineo y han descubierto la crisma luego de descalabrarse.

Mi amigo, el Ciudadano del Mundo, dice que en este país nuestro somos sobrevivientes de la tercera guerra mundial, aún cuando no se haya peleado.

¡Líbreme Dios! de que cualquier aguacero moje los alambres del teléfono, la casa se queda sin el servicio, quienes usamos el Internet salimos del mundo y  hay que buscar desde dónde llamar para reclamar la reposición del mismo.

Y no hay ni siquiera la presentación de una excusa por el deservicio que pagamos religiosamente. Realmente estamos permitiendo que cualquiera nos ningunee.

Vivimos en un país donde los servicios por los que pagamos son malos y nuestros reclamos son recibidos como quien ve llover.

¿Habremos perdido la capacidad de protestar?

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